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Más allá del uso político que se hace de cualquier proyecto inversor en Menorca, creo que una característica común de muchos promotores es la desilusión. La de quienes han superado con años de paciencia todos los obstáculos administrativos y burocráticos para desarrollar un proyecto, por ejemplo el parque acuático de Biniancolla o el hotel rural de Torralbenc, y la de quienes han visto como su proyecto no tenía opciones de convertirse en realidad, como es el caso de los hoteles fantasma (solo existen en el mundo virtual) de Son Bou.

No todos los proyectos son buenos para una Isla cuyos ciudadanos comparten, de forma genérica, la preservación de la naturaleza y del paisaje. Sin embargo preocupa la coincidencia de los inversores en un mismo sentimiento: desilusión. ¿Por qué este paraíso, que entusiasma a tanta gente, no puede ser un motivo de ilusión para la gente que quiere desarrollar un proyecto compatible con la conservación del paisaje». La burocracia, la proliferación de normas y el farragoso laberinto administrativo son causas importantes de desmotivación.

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La otra es que quizás Menorca emite un mensaje desde hace tiempo: aquí es muy fácil sembrar una ilusión y muy complicado llegar a recoger algún fruto.

Antoni Riera es uno de los economistas con mayor capacidad de análisis para diagnosticar el estado de salud de nuestra economía. La conclusión estadística que aporta hoy de que en 12 años solo hemos crecido un 0,3% muestra nuestra debilidad económica. Podemos enzarzarnos en la discusión de los modelos, para llegar a conclusiones compartidas desde hace años. Quizás el problema no está en el modelo, sino en la actitud.
¿Conviene atraer inversiones a la Isla y generar actividad económica o hay que apostar decididamente por el decrecimiento?