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Él jamás hubiera anhelado azotar a una periodista hasta sangrar. A la postre, nunca fue Pablo Iglesias, el macho omega de Podemos. Ni hubiera permanecido indiferente ante el silencio o el trueno de feministas con doble vara de medir, enmudeciendo o vociferando a tenor del color político de quien a la mujer hiere… Nunca dio bandazos…

Tampoco hubiera sido Trump… Ni habría optado a ser cabeza de cartel en unas segundas elecciones, tras demostrar que el inútil en lo poco, es igualmente inútil en lo mucho… A diferencia de Mariano, Pedro, Pablo, Albert no hubiera pensado en sí mismo. No era mesiánico. Ni se creyó Moisés…

Te lo dio todo…

A cambio de nada… Como no fuera una caricia…

Un día lo devoró un cáncer… Y se durmió en tus brazos…

Lo que para muchos es lección, en él era algo ya sabido… Que sois efímeros y estúpidos… Que, en el último viaje, no caben alforjas… Solo el recuerdo - malo, casi siempre y bueno en raras ocasiones-, ese que no ocupa lugar, a no ser en los corazones de la gente de buena fe…

Obvió la corrupción. Le bastaba con poco. Pero en ese poco lo tenía todo…

Y había sabido reducir la vida a mínimos: dar, querer… En esos mínimos residía su grandeza…

Lleva ya años muerto. Pero no habita en los vastos jardines sin aurora de Cernuda. Porque, cuando abres la puerta, aún hoy, piensas que estará ahí… Hasta que el silencio te recuerda que hubo un día en que sus ojos se cerraron plácidamente mientras lo sujetabas con rabia, con gratitud, con el convencimiento de que la vida sería ya otra…

Hay mucho hijo de p_uta en el mundo. Demasiados: fanáticos, sectarios, calumniadores, estafadores, ruines, miserables, necios, canallas…

Él fue su antítesis…

Os escribisteis, a pesar de vivir juntos, retóricamente, a través de las páginas de este diario… Y hablasteis sobre lo divino y lo humano…

Cuando tu madre se murió, estuvo a punto de espicharla…

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La echaba en falta…

La amó sin medida…

Tal vez se preguntó por qué no lo quiso en su trayecto sin retorno…

Lo superó…

Y sobrevivió con esa dignidad que mantuvo hasta el último momento…

El penúltimo día se arrastró hasta tu lado y se aferró a ti, como intuyendo que la función concluía… Y se quedó ahí… Y os quedasteis ahí, con un silencio insoportable que únicamente quebraba un leve gemido…

Si estuviera aquí le votarías para Presidente…

Lo cambiarías por Puigdemont, por Homs, por tantos… Creía en quebrar muros más que en izarlos…

A él le dedicaste esta sección…

Se llamaba Roig…

Y era un perro…

Otro Roig, otros dos Roig, han muerto ahorcados por un cabronazo… Te gustaría conocer al autor de los hechos para poder mirarle a la cara y preguntarle qué tiene de bestia y qué de humano… Aunque conoces la respuesta. La cuestión es puramente retórica… Pero cuadra en un país de enfermos que hacen de la tortura animal, diversión y del sadismo, arte… En una nación en la que se aterra con fuego o se tira a un cordero desde un campanario… Una de la que, diariamente, me avergüenzo… Frecuentemente cainita y miserable donde la decencia no encuentra piso de alquiler, donde alguien es capaz de ahorcar a dos animales y seguir viviendo…

Tal vez, y a la postre, Roig no murió de cáncer, sino de pena…

Por eso, todavía hoy, sí, cuando sientes el irrefrenable anhelo de que, en conocida expresión, el mundo se pare para apearte de él, evocas su presencia y pronuncias su nombre, Roig… Es, casi, casi, una plegaria… Y sabes, entonces, gracias a su ejemplaridad, que hay que quedarse para resistir, para combatir a tanto malnacido, para hacer de esta jodida mierda algo mínimamente digno… Un buen inicio sería que se publicaran la foto y los nombres y apellidos de quien mató a esos animales, para que no hubiera en Es Mercadal, ni en el mundo mundial, un rincón en el que pudiera esconderse, un recodo para poder escapar del repudio y del asco… Porque a uno, dieciocho meses, le saben a poco… A muy poco…