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Primero fueron los pantalones tejanos desgastados, lavados a la piedra, ajados de una y mil maneras; luego ya directamente rotos, viejos de fábrica, con sietes premeditados y perfectamente calculados por algún diseñador avispado. Cualquier madre sensata, incluida la mía, se negaba a pagar -y bastante caro-, por algo que ya estaba destrozado, pero la moda se impuso, y la tendencia va a más.

Una lujosa cadena de ropa norteamericana ha sacado a la venta unos jeans manchados de barro artificial; ideales para el look 'no nos asusta arremangarnos ante nada' y por el módico precio de 425 dólares (unos 390 euros). Hay chaqueta a juego. A los ricos, los que pueden pagar Versace, Gucci o Dior, les gusta a veces disfrazarse de currantes, y se dejan un montón de dinero en ello. Y así siguen demostrándonos su supuesta superioridad, ellos eligen el disfraz de gente corriente, tú no.

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La moda, reflejo de la sociedad, es así de caprichosa. Otro caso reciente es el de la famosa bolsa azul de Ikea, cuyo sospechoso parecido con otro bolsón de una marca de lujo, en el mercado por 1.700 euros, ha hecho que los suecos contraataquen de forma ingeniosa: si no cruje, no puede transportar incluso ladrillos, no se puede lavar a manguerazos, o vale más de 50 céntimos no es la auténtica.

Algo igualmente ingenioso, y a poder ser que inunde las redes sociales, se les tendrá que ocurrir aquí a los fabricantes de abarcas, en principio humilde calzado que pasó a vestir pies de infantas y ahora con una producción disparada, dentro y fuera de la Isla. También los ricos se fijaron en ellas, por cierto, Prada las vendía a más de 800 euros. Es necesario de algún modo distinguir las auténticas, las reales, de todas las imitaciones, las baratas e incluso las caras, después del último revés judicial contra la marca Menorca.