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A más miedo, más medidas de seguridad. Y alrededor de eso, crece una actividad económica que hace unos años era casi inexistente. La seguridad privada para cargos públicos amenazados por ETA ha ido a menos, por suerte, pero la «demanda» del sector se ha disparado con la yihad hasta límites increíbles. La aplicación de medidas alcanza hasta un rincón del Mediterráneo tan pacífico como Menorca. Tendríamos que alegrarnos por ello, pero la verdad es que es un engorro sufrir los efectos de los protocolos cuando nunca se ha localizado aquí por estos medios a un posible terrorista o en ciernes de convertirse. Lo que sí pasó hace unos años es que una jubilada inglesa se olvidó en su bolso un hacha y pasó por el Aeropuerto como si tal cosa y al llegar a su chalet y buscar las llaves se encontró con un arma de ese calibre.

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En el Aeropuerto cada día te obligan a sufrir más incomodidades hasta el punto de revisar a los bebés con sistemas de detección de sustancias sospechosas. Pero es en el transporte marítimo donde se aplican protocolos que resultan inútiles. Hace unos años funcionaba un arco de seguridad en el embarque de Menorca, pero el de la Terminal Portuaria de Barcelona estuvo años averiado, de tal forma que se controlaba a los menorquines que salían pero no a los catalanes que llegaban. Hoy esta situación sería políticamente «injustificable».

Ahora, por ejemplo, entre Ciutadella y Alcúdia no permiten que los acompañantes, incluso con bebés o personas mayores, accedan en coche al barco para que pasen el control. «Solo el conductor» dice el agente de Ports o el Guardia Civil. En Ciutadella te dan permiso. En Alcúdia no. Allí un agente solo no puede registrar los coches. Lo tiene prohibido si no hay un compañero. Es decir se revisa al bebé o al abuelo y no se mira si en un maletero se esconde una bomba o un hacha. Hay que reivindicar la comodidad perdida.