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En tu sueño, tomas café en un bar del Aeropuerto de Palma. Mientras, lees un artículo en el que, nuevamente, alguien itera –y con razón estadísticamente probada- que no anida en los ciudadanos del archipiélago un sentimiento de comunidad, y menos todavía, de nación… Evocas, entonces, aquel intento del gobierno de Antich por crearlo, partiendo de un lema («Un país, cuatro islas, ninguna frontera») que se hizo añicos por ausencia de hechos y presencia de incontables omisiones… Aún no lo sabes, pero dos horas después…

Dos horas después, en tu hotel, habrás de abonar la denominada 'ecotasa'… En tu, según Francesc, país. El impuesto no ayuda al sentimiento patrio… Y todavía menos la presencia de esa mujer ibicenca con cáncer con la que conversas mientras esperas la tarjeta de tu habitación. No sé si los que acuden a radioterapia pagan o no 'ecotasa'… Esperas, sinceramente, que no… «Un país, cuatro islas, ninguna frontera»…

Atrapas otro diario insular. Y, como diría uno de tus alumnos, alucinas. Dos conocidas formaciones políticas, ancestralmente antimilitaristas, exigen ahora al Govern que cree una policía autonómica. Los argumentos para tal exigencia hablan de valores que todos compartiríais. Pero te preguntas si tras esos ruegos no anida algo más… Ese 'algo' no sería sino un paso más hacia la consecución de los Països Catalans… Te recriminas. Estás paranoico… No… Imposible –te dices-.

La mujer se mueve inquieta mientras el dolor se plasma en un rostro ajado, pero terriblemente bello. Charla contigo, te muestra la foto de sus hijos y te comenta que, probablemente, la ingresarán hoy… Gastos policiales vs gastos sanitarios… Y te inquieres sobre si cuando esos hijos –de seguro destructores del paisaje isleño- la visiten, tendrán que abonar igualmente esa penalización que te suena, en estos casos, a ruin… Le deseas suerte y sales del hotel…

Aún no lo sabes, pero cuatro horas después… Cuatro horas después te reencontrarás con una Palma distinta a la que conociste, mudada hoy en ejemplo vivo de toda la realidad nacional, esa que se empecina en el cainismo, en el negro o en el blanco, en la exclusión de matices, en la exaltación de lo visceral y el ninguneo de lo racional…

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Las dos caras de la moneda: la de quienes no conjugan jamás el verbo distinguir y la de aquellos que no saben respetar la tierra que les acoge… Ausencia de grises, de matices…

Aún no lo sabes, pero horas después, en un informativo, y ya en tu habitación, te toparás con unas declaraciones realizadas por Puigdemont al Financial Times y en las que afirma, textualmente, que ya tienen más «de seis mil urnas», «que no sé cómo puede parar el Estado el 1-O» y que el Gobierno «ha hecho política con la seguridad». Atónito, caes en la cuenta de que falta apenas un día para una manifestación de repulsa a los atentados de Barcelona que, esperabas, sería escrupulosamente apolítica… Por lo visto, te equivocaste…

Aún no lo sabes, pero esa muestra de dolor acabará convirtiéndose en un acto secuestrado por algunos descerebrados... Y, a la postre, miserables. Porque miserable y repugnante es la manipulación ideológica de quince muertos…

Aún no lo sabes, pero horas antes, escuchadas las invocaciones de la CUP a la utilización partidista, ciega y loca de los inocentes de Las Ramblas, vomitas metafóricamente en esa habitación a la que, al final, has podido acceder. Te duele todo. Te duele tu país, te duele el fanatismo, te duele el hombre o algunos 'hombres'... Y piensas en esa mujer con cáncer con la que la vida ha sido tan desatenta… Lo suyo tal vez tenga arreglo –rezarás por ello-, pero no ese otro cáncer nacional y para el que -lo lamentas- no parece haber cura posible… Era un sueño… Y era, fue, desgraciadamente, realidad…