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Existe una teoría económica local que argumenta la debilidad de nuestra economía. A pesar del incremento de la riqueza, se genera poco empleo. Este aparente contradicción plantea que hay 2.107 cotizantes de la Seguridad Social menos que al inicio de la gran crisis (2008). Si fuéramos una isla independiente, los pensionistas podrían estar todavía más preocupados. Además sigue creciendo el número de jóvenes que buscan su futuro fuera de la Isla.

Hay otros movimientos que ayudan a fortalecer la economía y uno de ellos es el interés que la Isla despierta entre inversores y millonarios, lo que se concreta en la compra de fincas y propiedades. Eso se suma a la iniciativa local de abrir hoteles de interior, otra dinámica positiva, pese a los agoreros habituales que ven una burbuja a punto de estallar.

Hace unas décadas muchos catalanes se dedicaron a comprar casas, a menudo abandonadas, en el casco antiguo de Ciutadella. Calles como Sant Sebastià, Ses Andrones, Sant Miquel o Santa Clara se recuperaron de la decadencia gracias a este proceso. Ahora, en Maó, con otros protagonistas, también empresarios menorquines, se da un proceso en la misma línea en la calle única de Isabel II, Sant Fernando, Anuncivay, Sant Roc, por poner algunos ejemplos.

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Hay grandes casas en todas las poblaciones de la Isla, esenciales en el paisaje urbano, que llevan años cerradas y que padecen un deterioro inexorable. Un proceso al que nadie da importancia porque se trata de propiedades privadas pero que tiene una incidencia evidente en la imagen y la calidad de los centros históricos.

Por otra parte, la compra de fincas rústicas se produce en un momento de abandono de muchas de ellas. Es verdad que este movimiento representa un cambio muy importante en la estructura de la propiedad rural, pero sus efectos tampoco deberían ser muy distintos a la concentración histórica del pasado.

Bienvenidos sean los inversores si ayudan a que no se pierda aquello de lo que presumimos.