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No sé dónde ha ido a parar en los juicios aquella pregunta tan rotunda y tan de agradecer de cuando le preguntaban al imputado: ¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? Ahora el chorizo que ha contaminado el noble oficio de la política y acaba ante un juez por corrupto, en defensa propia puede mentir. Lo malo es que de esta suerte hay mentiras que ganan juicios.

En cualquier caso quiero referirme a otra clase de embusteros, aquellos que gracias a sus mentiras se pasan la vida en el escaño, cobrando sus buenos sueldos, disfrutando de los privilegios inherentes al cargo y de esa figura que no debería de existir de estar aforados. Somos el país del mundo democrático con más aforados, y encima nos dicen sin pudor, que la justicia es igual para todos.

En España los políticos pueden mentir sin que sus mentiras tengan consecuencias jurídicas o políticas, ni siquiera sufren por ello el descrédito parlamentario, ellos siguen como pertinaces corporativistas y la mentira no llega a ser ni siquiera munición parlamentario o electoral. Sin embargo, en otras democracias europeas, mentir se paga a precio del cargo que se desempeña, porque ser pillado en fragante engaño, suele suponer de ordinario el cese o la dimisión fulminante. La ministra del Interior británica, Sra. Amber Rudd, hace unos días que tuvo que dimitir por haber mentido. Fíjense aquí cuántos políticos del máximo nivel parlamentario tendrían que haber presentado la dimisión por las buenas o por las malas, y en último caso ser cesados.

Desde el mes de noviembre del pasado año, tres miembros del gobierno de Theresa May han tenido que abandonar sus estupendos cargos, ¿saben por qué? Por mentir. Presten atención al siguiente caso, pues nada más y nada menos que el vicepresidente primero Damián Green hizo unas declaraciones inexactas sobre un material pornográfico de su ordenador, y en ese país en vez de pulverizar el artefacto a martillazos ha sido la base crediticia de la carga culpativa que le ha obligado por decoro institucional a presentar la dimisión.

La Sra. ministra de Cooperación Internacional Priti Patol, presentó como vacaciones lo que en realidad fue un viaje para tener un encuentro, en teoría secreto, con altos cargos israelíes, que debió ser tan poco secreto que incluso lo ha publicado prensa española. Esa mentira que aquí habría sido parte del trabajo político de la ministra, en la política de su país le ha costado el cargo por mentir.

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En España la verdad está muy devaluada, ya que mentir no tiene prácticamente ninguna consecuencia ni siquiera en las urnas, bueno en la urnas menos que en ningún sitio, pero sin embargo eso hace que el ejercicio de la política para la calle tenga tan poca empatía, tan poco crédito.

Dice en «El País», martes 1 de mayo 2018, Milagros Pérez Oliva «que los dirigentes del PP sabían que Cristina Cifuentes había mentido sobre su máster, y sin embargo toda la dirigencia del PP, puesta en pie, se permitió dedicarle una larga ovación retransmitida por televisión». La misma autora añade una sentencia demoledora cuando dice: «Cuando la verdad no tiene valor nada tiene valor».

Que envidia con la diferencia que hay por ejemplo con la política del Reino Unido, por que en verdad cómo yo lo veo, mentir en política es un grado de corrupción que dependiendo de la importancia del engaño, debe de tener la consecuencia de la perdida fulminante del cargo que se tenga.

Tal como se acepta aquí el engaño o la mentira, no me extraña que buena parte de la ciudadanía, piense que ningún político es de fiar, lo que en mi opinión, además de no ser cierto, resulta tremendamente injusto, pues afortunadamente hay muchos políticos honrados que también se echan la mano a la cabeza cuando conocen la mentira y al mentiroso.

Nota. Algunos datos han sido tomados del artículo de Milagros Pérez Oliva, de «El País».