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Señora ministra: Ante todo, felicidades por su nuevo cargo. Le rogaría, como docente con casi 38 años a la espalda, que, ante todo, no desee usted pasar a la Historia utilizando la educación e iniciando, así, de bote pronto, y de cualquier manera, una nueva reforma educativa. El que esto suscribe ya ha vivido siete y no para mejor, precisamente. En ocasiones –créame- es mejor dejar las cosas como están que querer enmendarlas sino se sabe a ciencia cierta qué hacer y se cuenta con un amplísimo respaldo parlamentario, universitario, docente, erudito, profesional, familiar y social.

Con la modestia de un soldado de a pie le aconsejaré que, para empezar, intente, escuchando las voces de quienes de esto saben, que la educación vaya encaminada a crear buenos y cultos ciudadanos, rescatando y ampliando –es solo un ejemplo- las humanidades. Procure que se instruya al alumnado en sentir, en responsabilizarse, en actuar...

Que en los centros se enseñe a pensar, a argumentar y no a odiar, a exponer y no a insultar y a convivir, que no es otra cosa que «vivir con», incluso, y de modo preferencial, con el que discrepa de nuestros postulados, en paz y armonía. Que no se adoctrine. Y exija a sus compañeros de cámara que hagan otro tanto. Si la escuela crea esos buenos ciudadanos –créame- se habrá mejorado considerablemente este país.

SEÑORA MINISTRA:

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Este artículo se me hará corto para cuanto quiero expresarle. Revise, igualmente, los currículums, ese término pretencioso que antiguamente se denominaba temario. Y consiga que quienes los redactan –probablemente, como muchos ministros del ramo, no habrán pisado jamás ellos un aula y su didáctica habrá sido puramente onírica- sean realistas. Le pondré un ejemplo de Lengua castellana –la materia que impartí-. A los alumnos de primero y de segundo de la ESO no les amargue la vida explicándoles lo que son lexemas, morfemas o el pluscuamperfecto... Enséñeles a leer. Entendiendo por leer, leer y comprender lo que se ha leído. Que lean, sí. Enséñeles a expresarse con corrección, tanto oralmente como por escrito. Y que se pasen dos años así, devorando libros de calidad y, a la par, divertidos, para que el niño comprenda que eso, a la postre, no está tan mal y se enganche, cual droga benéfica, a la lectura, que es tanto como decir a la humanidad de la que tanto estamos hambrientos. Si el chico/la chica leen aprenderán a escribir y a expresarse con corrección. Y el alumno habrá dejado de ser lo que ahora es: un auténtico minusválido de la expresión. Y, luego, señora ministra, ya habrá tiempo para lexemas, morfemas y pluscuamperfectos... Habremos conseguido crear seres que razonan, que saben expresar lo razonado, lo pensado y hasta lo sentido. Pero quizás al poder ese tipo de hombre/mujer no interese...

Y enseñémosles a estudiar. Les exigimos a los chavales que hagan aquello que nunca les mostramos a hacer. Tómese en serio eso de aprender a aprender, las técnicas de estudio y la autonomía personal. Y haga compatible las nuevas tecnologías con los libros de toda la vida, no vaya a ser que acabemos teniendo robots analfabetos...

NUESTRA TAREA no es fácil, señora ministra. ¡Ayúdenos! El respeto nos lo ganaremos nosotros. Porque eso se gana, no se regala. Con nuestro trabajo, con nuestra vocación –imprescindible en estos menesteres-, con nuestra pasión, con nuestra dedicación y con nuestro amor –igualmente imprescindible- hacia aquellos a quienes servimos. Pero una ayudita no está nunca de más…

Su Ministerio no es cualquier cosa. Es el futuro de un país al que ambos, de seguro, amamos y al que, desde diversas áreas y alturas servimos. Un país que será inconmensurablemente mejor si en las aulas enseñamos a los alumnos/as a pensar, comprender, expresarse, sentir, trabajar e implicarse en una sociedad enferma que nos tiende una mano, desesperada, en busca de auxilio. El que solo podrán darle, en el futuro, esos niños/as de ahora, preparados previamente en aulas luminosas de eficacia y esperanza.