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En esta ocasión han sido los radicales a favor de la independencia de Catalunya los que han intentado boicotear una conferencia de Albert Rivera en las tertulias de Es Mercadal. ¿Hay diferencias con los que quisieron impedir que Artur Mas hablara en el Ateneu? En lo esencial pocas. La libertad de expresión es un derecho que hay que reconocer en los demás antes de reclamarlo para uno mismo. Los integristas son los que reivindican todos los derechos propios y son incapaces de ver ni el más pequeño en los que piensan distinto. Con esta base construyen su idea de la justicia. Y cuando actúan como radicales se sienten impulsados por la razón única. Y además presumen de demócratas.

Radicales han habido siempre. Incluso los extremos son útiles para descubrir el valor de los espacios de encuentro. El riesgo que vivimos hoy es que los radicales son un virus que tiende al centro y va contagiando el espacio político, hasta el punto que sus argumentos crean la agenda y pueden llegar incluso a establecer la medida de lo políticamente correcto.

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Lo mejor de escuchar a Mas o a Rivera es que se puede discrepar de ellos, incluso algo mejor, preguntarles por lo que hacen y aprender algo. Albert Rivera es un candidato a la presidencia de Gobierno y es interesante que con toda naturalidad pase sus vacaciones en Menorca. Como lo ha hecho Artur Mas y su familia durante décadas. Lo que habría que intentar es que se sientan cómodos en la Isla, bien acogidos por personas educadas. Quizás en la declaración de la Reserva de la Biosfera habría que incluir que la Isla sea un espacio de convivencia.

Las protestas son necesarias. Yo siempre he dado más valor a los que expresan su opinión que a las mayorías silenciosas. Sin embargo, hay que poner el acento en la manera en que se producen: nunca han de servir para coartar la libertad de los demás, porque si lo hacen la forma engulle el fondo.

Las tertulias de Es Mercadal -hay que felicitar a Francesc Ametller- son un buen ejemplo de actitud demócrata de respeto a las ideas. Quizás valdría la pena experimentar con la posibilidad de que un monólogo se convierta en diálogo.