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Te agrada el otoño. Y ese anuncio de su inminencia, cuando la estación llama a vuestra puerta, todavía tímidamente, en forma de lluvia recatada... La misma que asea calles y ciudades. La misma que las encera, permitiendo que un sol envejecido proyecte, incluso sobre el asfalto antipoético, sus vívidas luces de siempre, que son, ahora, sin embargo, como más llevaderas, como más amables. No hay mano, sin embargo, que golpee esas otras puertas, las éticas, antesalas de sórdidos espacios donde reside, hoy, una pésima clase política, donde anida la corrupción: la suya y la de tantos hijos de vecino, ciudadanos de a pie. Como la de quien fardaba de cobrar un subsidio y trabajar simultáneamente en dos empresas de manera oculta, sisando materiales en ambas... Es un caso real. Para eso no hay otoño, tan solo una iterada y triste primavera insoslayable.

Septiembre. Menorca normaliza su tensión arterial. Y tú asistes al inicio de un nuevo curso en el que ya no participarás. La jubilación tiene –lo sabes- esas cosas. Pero sigues sintiéndote profesor, porque –supones- eso es ya de por vida. Hasta el punto de que, en ocasiones, al leer, subrayas oraciones que podrían servirte para tal o cual ejercicio de sintaxis. Hasta que la realidad te llama al orden. Tal vez por ello, sigas pensando lo que pensabas cada comienzo de año académico. A veces te quedabas en un mero soliloquio íntimo. En otras ocasiones, lo verbalizabas. Ahora lo harás públicamente. No es más que un cúmulo de sugerencias a los padres, a esos padres a los que les suplicarías que...

- Educaran a sus hijos, a sabiendas de que, luego, los profesores completarán su labor. Educar implica amor (y, por lo tanto, paciencia); argumentación (y no imposición) y coherencia (no se puede predicar lo que se desdice posteriormente con los hechos). Consecuentemente, no le esgrimáis a un chaval un «porque lo digo yo» o un «porque sí», ya que no os hará caso. Y no le digáis que no grite si en vuestro seno familiar las riñas son frecuentes...

- (Que los padres) pronunciaran, cuando correspondiera, un ‘no’ valiente y razonado. Porque ese ‘no’ podría, incluso, salvar una vida...

- Entendieran que un hijo no es una pelota de tenis, ni una moneda de cambio cuando el amor se extravía o muere y se impone una separación. Que, en definitiva, lo que dijera un cónyugue no fuera desautorizado por el otro con el ruin afán de ganar puntos... En esos casos el adolescente acaba por despreciar a ambos jugadores...

- Comprendieran que el profesor no es el enemigo. Que, por lo tanto, no desautorizaran su figura ante los hijos, expresando posibles quejas a través de otros canales...

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- Dedicaran tiempo a escuchar/hablar a/con ellos/as, diariamente. Haber obtenido un sobresaliente no implica que se sea feliz...

- Mantuvieran un contacto constante con el equipo educativo y con los tutores, independientemente de las calificaciones...

-Divulgaran, con palabras, pero sobre todo con hechos, valores... Sobre ellos se iza, con frecuencia, la auténtica felicidad...

- Transmitieran la verdad empírica de que la profesión futura no debe escogerse a tenor de unos parámetros económicos, sino de desarrollo personal...

- Colaboraran con el centro... El muchacho entenderá así que un instituto no es un aparcamiento, sino algo en lo que merece la pena implicarse...

- No criticaran el coste de los libros (que se intenta obviar desde los centros anualmente con otro tipo de medidas) si el día anterior se hizo un gasto superfluo. Porque el chaval interpretará que, a los ojos de sus padres, tiene escasa importancia la cultura y su propia formación…

¿Podrías seguir? Sí –te contestas-. La educación de los hijos no es algo baladí... Y los enemigos son muchos. Por eso se impone una tarea conjunta. Porque en el exterior está oscureciendo. Esa noche no es la otoñal: es más sórdida, más peligrosa... Y, embozados, en las esquinas metafóricas de la sociedad, no falta quien quiere utilizar/manipular a unos adolescentes, sajándoles el futuro a conveniencia propia... ¿Les vais/vamos a dejar?