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Los menorquines tenemos una cierta tendencia a flagelarnos con nuestras debilidades y nos cuesta más ver nuestras capacidades y fortalezas. Añoramos el pasado y tememos al futuro. Uno de los tópicos es que hoy no hay empresarios como los de antes. Y otro es que los jóvenes se van a trabajar fuera por la falta de oportunidades en la Isla. Yo creo que los empresarios del pasado solo sirven por su herencia real, cuando sus empresas siguen funcionando, lo que cada vez es menos frecuente, y para recibir un homenaje, y los jóvenes del futuro se seguirán yendo y viviendo porque el mundo ya es esa aldea global de los visionarios antiguos.

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Estoy convencido que aquí hay buenos empresarios, con empresas en crecimiento y con una mentalidad innovadora. Seguramente se mantienen al margen de la vida pública y se dedican a trabajar y luchar, pero son el auténtico motor de la economía local. Los que han innovado en calzado, en nuevas tecnologías, en turismo, en servicios y en nuevos sectores. El grupo Artiem, que ha recibido el reconocimiento del Ateneu de Maó, es un buen ejemplo del empuje innovador, apostando por la capacidad de su equipo de trabajadores y comprometidos con valores como el respeto al medio ambiente, por la sostenibilidad.

Seguramente ha llegado un momento en que la Isla necesita que estos empresarios estén más presentes en la vida pública. Hasta ahora solo los hoteleros han actuado con una estrategia de influir en las decisiones políticas. PIME y CAEB cuentan con personas al frente que pueden dar el paso de jugar en el campo comunitario, en el terreno en que se decide una parte del desarrollo económico de la Isla. Además, sigue estando abierta esa oportunidad para que las dos grandes federaciones empresariales compartan los objetivos y las estrategias para que las decisiones importantes para la economía insular no se tomen con su silencio.