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Si se va a una exposición de pintura sin conocer al autor, corremos el riesgo de sufrir un rotundo desengaño, porque lo que vamos a ver no se corresponde con el concepto que uno puede tener sobre la buena pintura, esa que entra por los ojos y se saborea en la antesala del alma. Todo lo contrario de cuando hemos tenido la oportunidad de ver obra, por ejemplo de Carlos Mascaró, que ya de antemano podemos estar seguros que vamos a disfrutar con el arte de este pintor extremadamente exigente, con una técnica que ya le es propia al punto de merecer el adjetivo de ‘mascaroniana’.

Me pasa una cosa parecida cuando estoy viajando por el Principado de Asturias y consigo tiempo para ir a comer a Casa María en Mestas de Con, restaurante fundado por la abuela María el 1 de abril de 1995. A la abuela María le siguió su hija Lali que le dio el carácter que ya no habría de abandonar, y actualmente, están al frente sus hijos María, Alberto y su mujer Isabel. Lo primero que noto y agradezco a lo largo de mis trashumancias gastronómicas, aún antes que ninguna otra circunstancia reseñable, es la limpieza que me puede hacer disfrutar o sufrir. En Casa María, la limpieza la tienen como el entrante de su mejor recibimiento. Su decorado interior tiene el atractivo que le da su techumbre artesonada de regio maderamen, que recuerda una casona asturiana. Algunas mesas están orientadas junto a los ventanales que ven pasar las remansadas aguas del Güeña, río donde es frecuente ver alguna pareja de azulones o un martín pescador, que desde su oteadero anda tras la primera trucha que se quede embelesada ante su coloríbolo plumaje.

Este restaurante asturiano tiene un entorno de naturaleza agradecida y para mí resulta un atractivo más que añadir para disfrutar, por ejemplo, de unas patatas o unas cebollas rellenas que Isabel Cofiño las prepara francamente bien. Se nota el coraje de esta mujer que ha puesto todo el empeño en dominar la gastronomía asturiana a partir de aquel día que sin decir ni adiós se quedaron sin cocinero, pero ahí estaba Isabel, para demostrar que es cierto que quien quiere puede. Su férrea voluntad le ha servido para convertir la cocina de Casa María en un referente del buen yantar asturiano. Sus fabes con almejas o con jabalí para los que somos de cuchara y que tanto nos complace un toque marinero o montaraz, son inolvidables.

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María me aconsejó que no dejara de probar el puerro relleno de marisco y ese delicado hallazgo de los tortos de maíz con verduritas, jamón de pato y huevo de codorniz. La verdad es que, pidas lo que pidas, siempre será una decisión acertada. Sus postres son como tener la repostería asturiana dispuesta a complacernos. Su arroz con leche con costra caramelizada es difícil de superar o su tarta de queso.

Sirviendo al público hay tres personas además de María y su hermano Alberto que atiende el bar. La práctica de moverse entre las mesas de sus comedores y su simpatía natural, han hecho de la María de la última generación, un maître o jefa de sala insustituible. De muy jovencita aprendió a manejarse entre mesas y platos, siempre con su personal saber estar y su afable sonrisa, que protege un carácter muy capaz de enfrentarse a la vida por dura que esta sea.

Casa María es entre los restaurantes que frecuento uno del que puede afirmarse que las raciones son excesivamente generosas. No me extraña que esté tan concurrido. Limpieza, servicio esmerado, calidad precio, todo unido para disfrutar de una elección acertada.