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El 14 de agosto de 1945, Japón se rendía y Estados Unidos salía a las calles a celebrarlo. En Nueva York, un marinero y una enfermera se besaban frente a cientos de personas y ese beso pasaba a la historia gracias a la ya icónica fotografía de Alfred Eisenstaedt…

También vosotros saldréis cuando esta contienda vírica muera. El mundo se ha vuelto oscuro. El enemigo no viste uniforme. Ni ondean banderas. El peligro es diminuto. Y se posa, incluso, en lo más íntimo, sobre el retrato de dos amantes, sobre el juguete de un niño o sobre una carta de amor. Pero, sí, resistiréis. Y venceréis.

MIENTRAS

Mientras, permaneceréis enclaustrados en particulares trincheras en las que…

Lloraréis… Pero no de soledad, sino de emoción, al constatar como enmudece Hulk y sale de cada uno de vosotros lo mejor… Y aplaudiréis al personal sanitario, a los policías, a los guardia civiles, a los soldados, a los bomberos, a los camioneros, a los del súper, a los de la panadería y –lamento las omisiones cometidas- a ese hombre que diariamente recoge vuestra basura y vacía vuestras papeleras…

Lloraréis… Pero no de pavor. Sino al constatar que érais esclavos del tiempo y que os habéis liberado finalmente. Al comprobar como corríais mucho, sin saber, a ciencia cierta, hacia dónde. Y haréis vuestra la emblemática frase de Benjamin Franklin: «No desperdicies el tiempo, es la sustancia de la que está hecha la vida». Y miraréis a los vuestros de otra manera y regalaréis tiempo a vuestros hijos –que es lo que, en el fondo, siempre os solicitaron- y conoceréis mejor a esos adolescentes que paristeis y que se habían mudado en simples ‘clientes de hotel’, seres extraños y alejados… Y hasta haréis el amor de otra manera, esa en la que el sustantivo predominará sobre el verbo…

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Lloraréis… Pero no de rabia, sino al constatar como teníais (a pesar de alguna desgarradora e inesperada omisión) infinidad de amigos que ahora, vía whatsapp, se preocupan diariamente por vosotros. Porque la preocupación es, sin duda, una de las caras más hermosas de la querencia. Y, motivados, haréis otro tanto, y el whatsappeo se mudará en mágica zarabanda de ternura…

Lloraréis… Pero no por la consternación, sino porque nunca es tarde para reparar un error. Os miraréis, sin apresuramiento, en el espejo y no otearéis el reloj porque vuestros ojos quedarán atónitos al contemplar vuestra propia imagen en el espejo: la física y la espiritual. Puede, incluso, que repaséis vuestra vida y que detectéis algunas cosas que no son de vuestro agrado. Os apresuraréis, probablemente, entonces, a llamar a ese hermano o a ese amigo o a ese alguien con el que llevabais peleados desde hacía ya décadas…

Lloraréis Pero no por la angustia, sino porque recuperaréis recuerdos. Y admiraréis a vuestros padres, a quienes metieron en una guerra, sajándoles la juventud. Y comprenderéis por qué vuestra madre se santiguaba cada vez que realizaba una compra de alimentos evocando, sin duda, las estrecheces de una guerra vomitiva por civil e inaprehensible… También tú/vosotros bendeciréis, religiosa o laicamente, esa nevera finalmente llena y valoraréis cada pedazo de pan, preguntándoos cuántas toneladas de comida se tiraban a la basura antes del coronavirus de los cojones…

Lloraréis… Pero no por melancolía, ni ñoñez, sino porque estaréis aprendiendo a cambiar vuestra escala de valores…

Y LLEGARÁ EL PRIMER DÍA DESPUÉS DE…

Y llegará vuestro particular 14 de agosto. Y ese otro Japón se rendirá. Y saldréis a la calle, que será ya otra. Y besaréis. Y abrazaréis al amigo y al enemigo. Y saludaréis. Y os tomaréis un café en una terraza, ese café que sabrá a gloria. Y ya no discriminaréis porque os sentisteis discriminados. Y no criticaréis ni juzgaréis porque el tiempo –lo sabréis entonces- es demasiado valioso como para perderlo de esa guisa. Y…

Y ojalá los poderosos del mundo hayan aprendido, ese día, de su fragilidad, de la fugacidad del poder, de la inutilidad del dinero y planifiquen ese nuevo mundo desde la equidad y la justicia. InshAllah…