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«Los amigos son aquellos magníficos seres que nos preguntan cómo estamos y se esperan a oír la contestación».

Ed Cunningham

No es, este, un buen amanecer. Porque mis temores, mis peores temores, se han confirmado: el de que tú hubieras enfermado. Noté que algo extraño ocurría cuando hace apenas tres días no contestaste a ese whatsapp nuestro. Desde que te enteraste del percance de salud sufrido hace dos años, y sabiendo que vivía solo, me mandaste, imperturbable, un mensaje cada veinticuatro horas en el que iterabas siempre las mismas preguntas: «Com va sa salut, Juanlu?» o «Com ha anat avui?» o «Com estàs?» Junto a esas interrogantes adjuntabas, invariablemente, un vídeo repleto de sabiduría, calidad, sensibilidad e inteligencia. Eran, amigo, documentos adjuntos que te definían perfectamente…

Intenté inútilmente convencerme de que, a lo mejor, tu móvil se habría estropeado y de que, dadas las circunstancias, impensables, no habrías tenido ocasión de repararlo. Era la única posibilidad válida, porque tu exquisita educación hacía del todo inviable cualquier otra respuesta… Opté por llamarte, pero una voz inhumana y cansina, estandarizada, me advertía, inamovible, de que tenías el teléfono apagado o fuera de cobertura. Hice otro tanto con el fijo. Y con tu correo electrónico. El silencio o los silencios fueron elocuentes…

Hoy, en este amanecer, sé, mejor que nunca, que las esperanzas son, en ocasiones, como azucarillos que se disuelven ante el, en ocasiones, repugnante líquido de la realidad…

Pero hoy también sé que saldrás de esta. Has sido, eres y serás un hombre valiente, amén de culto y éticamente irreprochable. Pero me jode el no poderte visitar, el no poderte ver, el no poderte decir lo que ahora te digo para que lo puedas leer dentro de unos días. Ese bicho es un cabronazo, porque hasta quiebra el consuelo, la compañía, la confesión, las palabras de ánimo que revolotean en el ambiente y acaban por penetrar en el alma… Pero aquí quedarán dichas, para que las tengas y las percibas al cabo de unas semanas…

Por mi parte te remitiré diariamente nuestro –sí- whatsapp, aún a sabiendas de que, momentáneamente, no estarás en condiciones de leerlo o de escucharlo. Y te diré lo que no me dejan decirte personalmente. Darte, entre otras muchas cosas, gracias por tu interés por mí, gracias por tu amistad y gracias por haber sido y ser un referente ético…

¡Muchos ánimos, crac! ¡A ti y a toda tu familia!

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Ahora el coronavirus de los cojones ya es otro. Ha dejado de ser una cifra y posee nombre y apellidos. Ahora ya no me hacen gracia esos vídeos que bromeaban, de manera sin duda bien intencionada, por las redes. Esos de los que me reía y que yo igualmente divulgaba y por lo que pido públicamente perdón. No existía maldad. Me justificaba, como ustedes, diciéndome que el humor ayudaba y que, en definitiva, eso era bueno para sobrellevar la pesadilla. Me equivocaba. No tenían gracia. No la tienen. No la tendrán…

Porque las cifras ya no son cifras… Tienen nombre…

Tal vez se nos haya olvidado un aspecto importante de esta cuarentena: el de vivirla desde la dignidad que me pido y les pido. ¿Bromear? Si podemos, sí, pero no sobre esa pandemia que une, a la enfermedad, el aislamiento, la soledad y la incapacidad de dar consuelo… Me pido y les pido un esfuerzo en este sentido…

Eso y no hacer aprecio de esa gentuza que aflora, siempre, en las desgracias, desde su amargura, desde su fanatismo, desde la tristeza de sus vidas, miserables, ironizando, por ejemplo, sobre las muertes de los madrileños o proponiendo toser y abrazar a las fuerzas de seguridad cuya ayuda luego han acabo por solicitar… Esa gentuza de la que, por peligrosa y mezquina, no habría que olvidarse en el futuro que aguarda en el quicio del mañana…

En fin, amigo, a luchar…

Que aguardo tus whatsapps…

Y que su sonido, al llegar, se convierta en el más sublime de los sones…

Un inmenso abrazo