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Domingo. Aunque soleado, lo ves lluvioso. Te sientas junto a tu ventanal. Mahón se muda, a pesar de los paseos cuarteleros, en cementerio, los pisos en nichos jamás antes divisados y el silencio en el de los cipreses, esos que, según Gironella, creían en Dios… Mientras, la radio te vomita las contradicciones gubernamentales de cada día, sus mentiras de cada día, las cifras bipolares de cada día, las interpretaciones falaces de cada día… Y las trifulcas de los beodos dirigentes indignos y las bulas de los dinamiteros…

Es triste… Todo…

Y temes lo peor: que el nerviosismo acumulado por la condena impuesta anule la solidaridad habida hasta ahora y la troque por la cólera. En las pandemias, como en todo, hay fases. La primera, espléndida, repleta de solidaridad, va languideciendo mientras engorda la de la irascibilidad que asoma ya en anónimos y coches pintarrajeados de doctoras/vecinas indeseadas….

Los relojes deprimidos funcionan inútilmente, porque no marcan obligaciones. Te importa –lo sabes- un kínder si son las diez o las once o… Como te da igual andar por casa sin afeitar y en pijama.

¿Qué harás hoy? -te preguntas, abúlico-.

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Hasta estás harto de los vídeos vía WhatsApp con contenidos profundos o inanes y estúpidos. Quizás usted, amigo lector, se haya sentido hoy –o cualquier otro día- así… Lo siento…

Hasta que uno de esos archivos te devuelve la dignidad. En él, la actriz, cantante y directora teatral argentina Nacha Guevara recita, imperdonablemente cercenados, unos versos de Benedetti (atribuidos también a Alexis Valdés) que resultan salvadores, que te devuelven la dignidad, que iluminan la jornada y que te empujan hacia un cambio de actitud, más vital… Tal vez a usted le sirvan. Pertenecen al poema «Cuando pase la tormenta»: «Cuando la tormenta pase/ y se amansen los caminos / y seamos sobrevivientes/ de un naufragio colectivo./ Con el corazón lloroso/y el destino bendecido/ nos sentiremos dichosos/ tan sólo por estar vivos./ Y le daremos un abrazo/ al primer desconocido/ y alabaremos la suerte/ de conservar un amigo./ Y entonces recordaremos/ todo aquello que perdimos/ y de una vez aprenderemos/ todo lo que no aprendimos./ Ya no tendremos envidia/ pues todos habrán sufrido./ Ya no tendremos desidia/ seremos más compasivos./ Valdrá más lo que es de todos/ Que lo jamás conseguido/Seremos más generosos/ Y mucho más comprometidos/ Entenderemos lo frágil/ que significa estar vivos/ Sudaremos empatía/ por quien está y quien se ha ido./ Extrañaremos al viejo/ que pedía un peso en el mercado,/ que no supimos su nombre/ y siempre estuvo a tu lado./ Y quizás el viejo pobre/ era tu Dios disfrazado./ Nunca preguntaste el nombre/ porque estabas apurado./ Y todo será un milagro/ Y todo será un legado/ Y se respetará la vida, la vida que hemos ganado. / Cuando la tormenta pase/ te pido Dios, apenado,/ que nos devuelvas mejores, como nos habías soñado.»

Celaya tenía razón: la poesía es un arma cargada de futuro o, en este caso, de esperanza. Y modificas/modifiquen, repentinamente redivivo/s, de chip. Nada ha cambiado tras la lectura. Y ha cambiado todo. Ese Mahón deprimente y en reclusión, se te muestra como una oportunidad, más que como una condena. Por eso te levantarás. Y abolirás la insana desidia, la abulia cincelada por la rutina y recobrarás el hálito del gozo de existir… Hagan lo mismo. Y te afeitarás, te vestirás y darás gracias por tener aquello que te permite vivir con dignidad: un techo, comida, asistencia sanitaria, incluso arte, aunque arte enclaustrado… Y entenderás que, por muy larga que sea, la espera mudará algunas insensateces…

Cuando pase la tormenta, valorarás únicamente lo que es gratuito. Desnudo ya de lo que te vendieron falsamente como necesario, de lo que te hicieron creer que te haría feliz, mientras, paralelamente, aparcabas, tú, lelo, la felicidad real…

Ojalá volvamos más sabios, mejores…

El día ha cambiado y, contra pronóstico, tienes mucho por hacer… A eso, en ocasiones, se le denomina revivir…