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«Puedes pasarte la vida culpando al mundo, pero tus éxitos y tus derrotas son, casi siempre, de tu entera responsabilidad». Paulo Coelho.

Allá por los años 60 (¿1964?), y tras una reforma revolucionaria, abría de nuevo sus puertas el Cine Consey de Maó. Para tal evento se escogía una película de Manolo Summers titulada «Del rosa al amarillo», una comedia en blanco y negro con tintes dramáticos en la que se narraba la historia de un amor juvenil (representado por el color rosa) y de otro casi senil (representado por el amarillo). La obra venía a ser, igualmente, la plasmación de los dos lados de una moneda llamada vida, de las actitudes del ser humano, del dictado bipolar de la conciencia, esa conciencia que te muestra lo pernicioso o virtuoso de cada una de tus acciones. El libre albedrío le permitirá a uno escoger, pero sea cual sea la opción elegida, ese uno será consciente, en todo momento, de la malignidad o benignidad de sus acciones. La conciencia viene a ser, pues, como un guardia civil interno que juzga vuestras vidas y del que no podéis escapar. De pequeños os lo enseñaban con Pluto, que ante una disyuntiva, se debatía entre Pluto ángel o el Pluto demonio…

Y, ahora, estáis en esas… En las horas últimas la ciudadanía, y ante los múltiples rebrotes habidos, ha tenido que optar por la responsabilidad y el civismo o por la barbarie…

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El amarillo… Un conocido entra en un espacio cerrado en el que se cumplen todas medidas higiénicas recomendadas, sin mascarilla, sin guardar las distancias, tosiendo y pavoneándose de que eso de la mascarilla no va para con él. La dependienta lo llama al orden y el susodicho, irritado, abandona el local… Una chica, tambaleándose, a la salida de una discoteca, e igualmente sin la susodicha mascarilla, proclama en una cadena de televisión, literalmente, lo siguiente: «Yo hago con mi cuerpo lo que me sale del coño y a los demás que los jodan». ¿Edad? ¿16? ¿17? Una mujer se topa con un matrimonio amigo y, sin previo aviso, les arrea un besazo… Unos clientes desordenan la terraza de un bar… Otro menta que «tener principios es una mierda»… La lista sería interminable… Esperas que, de repente, se den cuenta del peligro que corren ellos y cuantos les rodean. Y, como ya dijiste no hace mucho, «¡y tú qué pensabas que eso de suicidarse era un acto individual e íntimo!». Os la estáis jugando sanitariamente, económicamente, socialmente… Y también el futuro de vuestros hijos y nietos… Y si por decisión propia uno no aprende a ser cívico, tal vez habrá de aprenderlo mediante necesarios –aunque tristes- métodos coercitivos…

El rosa. Asististe, durante la pasada semana, a varios actos culturales que se mudaron en modélicos con respecto a la seguridad: la presentación de un libro en Es Freginal («Des de casa») y un magnífico concierto de jazz en el Parque Rubió. Y te sentiste, de repente, confortado al poder olvidar lo anterior. La literatura y la música fluyeron, señalándote que la mascarilla no cubre oídos, ni ojos, ni éticas, ni belleza, ni placer estético. Que llegan invariablemente a vosotros mudándose en bálsamo para esta situación tan inesperada como cruel. Que son faros, guías. Que os conmueven y humanizan. Que os hacen mejores. Que es posible gozar de ellas en segura colectividad, que la existencia, a pesar de ese endemoniado covid-19, sigue siendo enormemente bella. De cada uno de esos actos saliste renovado, esperanzado y con deseos de respirar hondo…

Ojalá el mundo de la cultura regenere a tanto malnacido que solo obedece a su, tal vez, pasajero y quebradizo egocentrismo; que le señale, por ejemplo, a esa adolescente abruptamente envejecida que las palabras son capaces de hacer mucho más que construir obscenidades; que indique a tontos con una única neurona que u os salváis entre todos u os vais al quinto pino. O al sexto o al séptimo o, como se exclama en «Toy Story», hasta el infinito y más allá…