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Hay quien asegura que el restaurante Sobrino de Botín, fundado en 1725, es el más antiguo del mundo. Y de esa suerte consta en el libro de los récords. Tendría, según esos datos, 296 años; donde además se afirma que en todo ese tiempo jamás ha tenido su horno apagado. Dos platos célebres de su gastronomía son el cochinillo y el lechal, ambos en hornos de leña. Luego está Casa Lucio, donde algunas testas coronadas han ido a comer esa receta sencilla de los huevos rotos con patatas cuya única licencia son un par de dientes de ajo laminados por encima. Botín y Casa Lucio están a un tiro de piedra. Para más señas, vecinos del Madrid de los Austrias.

Ya en el oficio de discrepar he rebuscado en mi archivo porque me barruntaba que en la memoria escrita de los más antiguos restaurantes del mundo, otros podrían presumir también de su antigüedad. Por ejemplo se sabe hoy en día que cuando el Vesubio, hace 2.000 años, cubrió con sus cenizas la ciudad de Pompeya, enterró de paso alguna casa de comida, que en puridad eran primitivos restaurantes conocidos en la época como «termopolios». Si bien tengo prisa en decir que hace dos mil años que dejaron de funcionar por razones obvias. Si un día se dan un garbeo por Londres, pregunten por el restaurante Rules, que fue fundado 73 años después del madrileño Sobrino de Botín. En 1582 se fundó el famoso La Tour d’Argent situado en la margen izquierda del Sena, justo enfrente de la catedral de Notre Dame, es decir, 143 años antes que el Sobrino de Botín. Tiene por consiguiente 439 años de antigüedad, que se dice pronto. Abrió sus salones bajo el nombre de Hostellerie de la Tour d’Argent. En este restaurante se popularizó el comer con tenedor. El rey Enrique IV empezó a usar este cubierto. A este restaurante solía ir a menudo a comer aquel rey. Disfrutaba mucho de sus singulares patés y no le hacía ascos a meterse entre pecho y espalda un pato. A este lujoso restaurante iba también Eduardo VII, Franklin y D. Roosevelt. Parecía obligado pedir un canard au sang. Hay un restaurante en París que lleva sobre su mesa una pequeña placa con los nombres de los antiguos clientes que comieron en su comedor: Víctor Hugo, Napoleón, Jean Cocteau o Jean- Paul Sartre entre otros. Imagínense comer en la misma mesa que comió Napoleón o Víctor Hugo. Eso tiene que tener un halo, una atmósfera especial. A mí me pasó cuando, en un hotel de la Habana, me eché unos segundos en la misma cama donde dormía Ernest Hemingway; o el día que comí en el restaurante de Barcelona Las Siete Puertas sentado en la misma silla donde se sentaba la gran diva Montserrat Cavallé.

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En China hay un restaurante inaugurado en 1416, en tiempos de la dinastía Ming, el legendario Bianyifag, donde aún se sirve su famoso pato asado de Pekín. El St. Peter Siftskeller lo encontrarán en Salzburgo (Austria). Un texto de Alcuino de York (corte de Carlomagno) habla de este local de bien comer y lo califica como el más antiguo del mundo.

En esta pretensión de tener el restaurante más antiguo del mundo, hemos encontrado otros datos que estimo muy interesantes. La restauración ubicada en la ciudad de Tokio es la que tiene más estrellas Michelin de mundo, cosa lógica por cuanto en el área metropolitana de esa ciudad hay más restaurantes que en toda Europa. Y añado que aquellos cocineros, cuando se ponen ante perolas y pucheros, no escatiman su milenaria ciencia culinaria, que da para más que guisar, para hacer arte.