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Cuando muchachos, os resultaba difícil acatar órdenes ante la necesidad de reafirmar vuestra propia personalidad enfrente de las otras. Algo que se hacía por oposición. Años en los que padecíais esa insoslayable gripe denominada adolescencia. Si os proponían A (y aún a sabiendas de que esa opción era la correcta), vosotros, invariablemente, escogíais B. Y, cuando B, A. La paciencia de los padres era infinita y asedaba la impaciencia. Y el aguante de algunos profesores buenos. La serenidad de los adultos compensaba la ansiedad juvenil; el suave tono de voz, el griterío; la educación, el pronto zafio; el contenido, la banalidad; la solera, lo precario; el perdón, la ofensa; el amor sin medida, todo… Y así, a golpes de rebeldía e incontinencia, os ibais formando como individuos diferenciados. La escultura, una vez más, surgía del mármol a golpes de cincel que no eran sino actos de extrema ternura. Ya únicos, demostrado el criterio propio y la capacidad de actuar con libre albedrío, soterrada ya definitivamente la enfermedad vírica de los quince y de los dieciséis, volvías, sin embargo, curiosamente, atrás para recoger las cosas que despreciasteis, que negasteis, que rehusasteis, conscientes ahora de su valor… Se educaba con conocimiento y autoridad. Se educaba cada día. Con palabras. Con hechos. Pero, sobre todo, con ejemplaridad de vida… Y el diálogo paterno filial, eternamente repetido, sustentaba los pilares de una educación en valores… En ese añorado escenario los progenitores eran socorridos por los maestros, por la mayoría de los vecinos (que compartían con los padres importantes principios éticos), por la lectura (selectiva, lenta, reflexiva), por algunos programas (¡pocos!) de televisión (Estudio 1, La Clave…), por…

El adulto recién surgido de ese tiempo de moderada locura y nerviosismo, conservaba, sí, en su mochila, sin embargo, una manera límpida de contemplar el mundo y el coraje para emprender el camino en pos de una utopía, a pesar de que ésta se supiera, ya, inalcanzable. Y en su búsqueda, la vida mejoraba gracias a la suma de muchos hombres y mujeres buenos que recibieron el don de unos padres sensatos, de unos educadores vocacionales y de una sociedad más serena, a pesar de las dificultades del momento…

- ¿Qué queda de aquello? –te preguntas-.

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El hombre que hoy intenta surgir de la piedra halla algunas cosas harto distintas a las que encontraba hace algunas décadas… Descubrirá: Que sus padres, con excesiva frecuencia, verbalizan las oraciones «No tengo tiempo. Toma veinte euros»; que el trece por ciento de los suicidios que se producen en Estados Unidos entre la juventud tiene relación directa con las redes sociales; que éstas imponen el uso rápido de un seudo lenguaje con contenidos exentos de meditación; que predomina la forma sobre el fondo; que prima la inmediatez sobre la sensatez; que uno lo puede tener todo y sentirse profundamente desgraciado porque su cuerpo no se acomoda a los cánones estéticos que promulga Instagram; que la nueva biblia exclama: «Create an account or log in to Instagram. A simple, fun & creative way to capture, edit & share photos, videos & messages with friends & family»; que los sabios han sido sustituidos por los influencers, niñatos con oquedades y millares de «like’s» y que, por primera vez en la Historia, declaráis saber que sois influidos (manipulados) y lo aceptáis; que el esfuerzo muere ante la inmediatez; que o es «¡ya!» o no es; que no se puede sobrevivir sin estar conectado; que sin unas buenas tetas o una musculatura fornida no se es nadie, aunque un espléndido y solidario corazón lata bajo ese envoltorio imperfecto; que…

No hicisteis caso (o un caso tardío) a vuestros padres cuando adolescentes. Os equivocasteis. Ahora sí hacéis caso, pero a los que sólo desean vuestra vulnerabilidad. Os equivocáis de nuevo. Puede que la adolescencia actual no sea efímera, sino, desgraciadamente, eterna en la vida de tantos, de demasiados…