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Pablo Casado podrá seguir como presidente del PP hasta el congreso extraordinario de abril. Evitó la renuncia inmediata que le exigían los barones con una frase: «Podré haber hecho algunas cosas mal, pero no he hecho nada malo». Se le ha concedido la gracia de la salida «con dignidad», para que sus hijos, dentro de unos años, lo comprendan sin vergüenza.

La distinción entre «algo mal» y «nada malo» es interesante. Hacer las cosas mal es reconocer que ha cometido errores. Propios: designar a dedo a Cayetana Álvarez de Toledo y a Isabel Díaz Ayuso, princesas que le han salido rana; decidir la convocatoria de elecciones en Castilla y León; flojear en su pose de firmeza ante Vox... Ajenos: el error de votación de Alberto Casero. Si con este voto hubiera parado la reforma laboral ¿su partido le hubiera dado la patada? Las cosas que se hacen mal tienen, como en este caso, responsabilidades políticas.

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Las cosas «malas» que uno hace tienen responsabilidades penales. Casado se refiere a que solo le pidió a Díaz Ayuso información interna sobre el contrato de venta de mascarillas a la Comunidad de Madrid, del que se benefició su hermano. Esto es bueno. En todo caso, lo «malo» le correspondería a la presidenta madrileña, porque es difícil aceptar que durante un año y medio no se enterara de que su hermano había cobrado una comisión de al menos 60.000 euros (IVA incluido).

Es curioso comprobar como la corrupción, utilizada como arma política, tiene efectos tan dispares. Rajoy, con sentencia firme del caso Gürtel, decidió no dimitir y así permitió una moción de censura y el gobierno de Sánchez. Ahora, Casado se va, además de por sus numerosos errores de estrategia, por pedir explicaciones a una presidenta autonómica por el posible uso de un «testaferro» por parte de su pariente. Y la que está bajo sospecha, no solo sale fortalecida de la crisis, sino que aspira a más. Quizás a lo que Rajoy perdió y lo que Casado ya nunca alcanzará.