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Cuando Ucrania se desangra bajo las bombas y los misiles lanzados desde el Kremlin, nos preguntamos cómo es posible esta vulneración tan flagrante del Derecho Internacional.

Hoy nos sentimos más inseguros e indefensos ante esta violación de los más elementales derechos humanos porque la agresión ordenada por Putin pretende acabar con la autonomía e independencia de un estado soberano. Los delirios imperialistas del teniente coronel de la KGB, empeñado en recuperar la Gran Rusia, se han transformado en una masacre con el éxodo de millones de refugiados y centenares de víctimas inocentes entre la población civil.

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Ayer nos interpeló el horror del ataque con bombas a un hospital infantil en Mariupol,  ciudad portuaria y capital del acero de Ucrania que, según Cruz Roja, sufre un asedio «apocalíptico». El impacto social y económico de esta ocupación militar, a sangre y fuego, ya está siendo enorme, con un altísimo coste en vidas humanas. La valentía, entereza y dignidad con que reaccionan el pueblo ucraniano y su ejército han sorprendido al mundo, también a Putin y sus generales, que no esperaban esta respuesta, basada en los valores cívicos del valor y la gallardía.

¿No existe forma para detener este ataque en pleno siglo XXI?, porque Putin, como afirma el historiador Stéphane Courtois, «está siguiendo los pasos de Stalin; es un paranoico que atribuye a los otros su fantansía de terror con el chantaje de la amenaza nuclear».

Escribe Javier Mato que «la paz y la libertad no se defienden a tuits, sino con las armas, porque los malos existen». Y Miquel Payeras añade que «si la UE hubiera tenido un ejército bien dotado y la voluntad política de usarlo, Moscú habría respetado las fronteras europeas». Pero ante una Europea desarmada y encantada del pacifismo suicida, el trágico destino de Ucrania estaba escrito por Putin. Si vis pacem...