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«Si no hay mata no hay patata» o dicho de otra manera, «lo que naturaleza no da, Salamanca no lo presta». Por esa razón, meterse a trabajador de la política sin saber de la misa a la media sobre en qué charco nos hemos metido, es fácil que acabe acarreando desastrosas consecuencias para la ciudadanía por más que el aprendiz de político no pague caras sus culpas ni sus meteduras de pata en el grave hecho de intoxicar leyes modificando con enmiendas absurdas lo que sin estar bien por lo menos estaba regular antes de que unos criterios absurdos consiguieran dejarlo peor que estaban y eso es por culpa de «los bienaventurados» de la política, que calientan una butaca cobrando un buen sueldo, pero son unos pésimos políticos sin conocimientos como gestores de las arcas públicas.

Mientras el sufrido ciudadano sigue yendo de ventanilla en ventanilla esperando que le sellen el permiso que le permite quemar un rastrojo muy perjudicado por las malas hierbas, se pasarán días y hasta semanas para ver su petición atendida mientras aquel «inútil», aquel incompetente que hemos votado en las urnas para que atienda nuestros problemas sigue calentando la poltrona cobrando su buen salario sin acordarse de aquel payés que solicitó tiempo ha un permiso para dejar la tierra ya preparada y limpia de malas hierbas en previsión de que lleguen las lluvias dejándole el terreno en buen tempero y empezar a roturar. Hemos puesto este ejemplo como podríamos haber puesto otro cualquiera. El político debería de saber que la dignidad es como las matemáticas, todo lo que no es correcto está mal. Para cuando un gobierno hace las cosas mal, será porque el pueblo se lo consiente. Razonando esta verdad no es el gobierno el que se ha puesto en el lugar que ocupa; ahí le ha puesto el resultado de las urnas que no son otra cosa que los votos que hemos depositado en ellas. Por consiguiente somos los mismos que lo sufrimos los culpables de haber elegido mal.

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Además, ser en política un inútil, un incompetente, no está castigado en nuestro código penal ni hay tampoco en la farmacopea ningún medicamento que por lo menos, como en ciertas fiebres, venga    a paliar sus efectos. Solo hay una forma correctora: las urnas mejor utilizadas, ir a votar bien informados, sopesar previamente lo que nos cuesta un político y ver si sirve para atender después las necesidades de nuestra común convivencia o si le vamos a pagar lo que nos cuesta sirviendo prácticamente solo para la descalificación, el exabrupto y la oratoria tóxica, haciendo de la sede parlamentaria un lugar muy distinto y distante de lo que queremos para la democracia y que sirva de reflejo para la sana y serena convivencia. Es profundamente miserable que los votantes no nos sintamos responsables, copartícipes de los fracasos de los gobiernos que votamos tan alegre como irresponsablemente.

Es muy mal síntoma que haya votantes que están en el colegio electoral para depositar su voto y en ese trance no sepan aun a quién van a votar. Es una anomalía ajustada a la realidad de lo que luego nos pasa. Esos votantes son en puridad como la tía Gabina que no se sabe si mea o si orina. Luego se quejarán si el partido que han votado llevaba como propuesta importante dar mayor cuota de libertad cuando lo primero que han hecho los elegidos es quitarnos    la poca libertad de la que disfrutamos prohibiendo lo que antes nos estaba permitido mientras el recién llegado, el aprendiz, el neófito de lo que significa administrar los caudales públicos, ni siquiera tiene la imperativa ocurrencia de ponerse manos a la obra fiscalizando donde corresponda cuáles son las necesidades más perentorias que puede tener la mayoría de los votantes y a la noble hora de depositar su voto han pensado en su partido. Si hemos acertado con gente honrada y preocupada por sus votantes ¡Aleluya!, pero si nos ha pasado como a aquella presidenta de la autonomía madrileña que le salieron ranas por doquier, deberíamos sentir vergüenza y al final con más criterio para la próxima vez porque creámoslo o no, votar es lo más importante y delicado que hace el votante en unas elecciones.