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El capítulo primero de este ensayo de autoayuda, publicado en esta columna hace pocas semanas, se ocupó de explorar la conveniencia de aspirar a la condición de PDS (perdedor digno y sostenible) en lugar de complicarse la vida intentando (en tantas ocasiones en vano) ser un triunfador. La conclusión (revísenla aquellos interesados en el tema que no leyeron la primera entrega) no dejó lugar para la vacilación.

Toca ahora, una vez elegido el camino correcto, ofrecer algunos consejos prácticos al perdedor vocacional para que sea en efecto digno y sostenible.

Estudiaremos la sostenibilidad en próximas entregas. Comenzaremos pues hoy con lo que afecta a la dignidad.

Ser un perdedor no significa ser un cretino. Para ser un perdedor digno y orgulloso de sí mismo no hay que hacer esfuerzo alguno, pero sí evitar ciertos comportamientos y actitudes concretas que además de resultar engorrosas y consumir grandes cantidades de energía, conducen inevitablemente al ridículo.

En primer lugar hay que evitar ser un fantasma. En la adolescencia nos mofábamos con deleite del sujeto a quien categorizábamos como «el fantasma que a todos pasma». Un fantasma pierde ingentes cantidades de tiempo en intentar convencer a los demás de que posee lo que no tiene, que sabe lo que ignora, que es apreciado por quien le esquiva, que disfruta de lo que no disfruta y en definitiva que es lo que no es.

Todo perdedor debe saber que un fantasma no engaña a casi nadie. Pongámonos en la situación de un fantasmón que intenta deslumbrar a otro fantasma. Con toda probabilidad el segundo fantasma (receptor) estará escuchando al fantasma primero (emisor) apenas con el rabillo del oído mientras construye en silencio sus propias fantasmadas -que estará ansioso por dar a luz- encontrándose por tanto deseoso de que por fin calle su interlocutor. Por otra parte no creerá ni la cuarta parte de las historias a las que a duras penas consiga prestar atención, sabedor por propia experiencia de lo fácil que es agrandar con la boca lo pequeño y dar forma con la imaginación a paraísos inexistentes.

Pero imaginemos ahora que el interlocutor (receptor de las fantasmadas) no sea otro fantasma y además no sufra el estigma de la idiotez. Sucederá en este caso con gran probabilidad que este no dará crédito a las intrincadas hipérboles, a los sospechosos ocultamientos ni a las quiméricas creaciones de nuestro PPD (perdedor poco digno) y por ende acabará sintiendo por él una mezcla de vergüenza ajena y desprecio o, en el mejor de los casos, piedad.

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Si por el contrario el fantasma intenta adornar sus aventuras ante un idiota, la satisfacción que obtendrá al ver cómo parece cuajar su ficción, no será plena: tendrá la sensación de estar echando margaritas a los cerdos.

Vemos claramente que en todas las hipótesis contempladas el gasto energético ha sido en balde, incluso pernicioso. No sale a cuenta. Aceptemos por tanto como regla de oro la siguiente aseveración: un perdedor digno y sostenible debe evitar siempre la tentación de fantasmear. Tiempo habrá de inventar batallitas con los nietos en el caso de que se consiga apartarlos por unos pocos instantes de las consolas o los aparatos que las sustituyan en el futuro.

Mientras llega ese momento tan enternecedor es mejor invertir la energía de que disponemos en disfrutar de la vida más que en documentar el disfrute con adornos sacados del fotoshop de la imaginación.

En esta misma línea, y por razones parecidas, un perdedor digno debe evitar ser un cantamañanas.

La frenética actividad del cantamañanas queda hoy día mucho más expuesta al descrédito que en tiempos pretéritos. Entendámonos, un cantamañanas siempre ha resultado molesto a sus allegados y al público en general, pero a veces se tardaba en descubrir su condición, dando ello al afectado por esa lacra margen para gozar durante un tiempo razonable de la satisfacción que produce a estos individuos vaticinar el futuro y explicar con elementos muy sencillos lo complejo.

Hoy día, sin embargo, Google acorta ese margen temporal de manera dramática.

Un PDS razonable debe evitar por tanto tal conducta.