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No se crea usted que las secuelas del covid fueron meramente físicas. Hubo otras. ¿Qué no? ¡Fíjese! Ahí está, por ejemplo, lo de la «cita previa». Gracias al virus, la susodicha se ha mudado en habitual. Así, algunos malos funcionarios, en vez de currar a destajo, han ido espaciando sus labores gracias al invento. Y quien más quien menos se ha apuntado al carro: entidades oficiales, bancos, gestorías, etc.

¿Consecuencias? Pues que uno acude a determinada oficina y se puede topar con tres empleados/as/es tocándose los cataplines o lo que se tercie por razón de sexo o des-sexo: uno haciendo calceta, el otro hurgándose la nariz y la tercera recomponiéndose la faja. Preguntas. Y, al preguntar, te preguntan, entre sorprendidos y molestos:

- ¿Tiene cita previa?
- No. Pero como no había nadie…
Al esgrimir tan sensato argumento, los esforzados obreros del papel, indignados, interrumpen sus trascendentales quehaceres y te miran al unísono con ojos ensangrentados, unos ojos que –¡oiga!- acojonan.
- ¡Pues hay que pedirla, tío!
Sumiso, la pides. Es decir: solicitas una cita previa para que te den una cita previa para que te concedan una cita previa… Lo malo es que, cuando logras acceder finalmente a la ventanilla de marras para ser atendido, «madona ja és morta» o el funcionario está de baja por estrés…
Pero lo alarmante es que esa moda se ha generalizado. En el bar de la esquina (por citar otro caso), la situación se ha mudado, al respecto, en algo francamente dramático…
- Pepe, ¿me dejarías la llave del retrete?
- ¿Tienes cita previa?
Ahora, cuando acudes a la taberna del susodicho Pepe, te aseguras de haber previamente evacuado…
¿Y lo de la parienta? Antiguamente, cuando no le apetecía hacer el amor contigo, pues eso, que recurría a lo de toda la vida, a lo del dolor de cabeza. En la actualidad, sin embargo, te espeta: «¿Tienes cita previa, cariñín?» Momento en el cual tú le contestas de forma harto apropiada: «¡No me jodas!».
¡Maldito covid!

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Por no hablar de las múltiples corrientes paranoicas que ha engendrado el bichejo y que, incluso, lelos ilustrados han secundado. De hecho, no falta quien afirma hoy que Manolo y Ramón, los incombustibles componentes del «Dúo Dinámico», inmortales ellos, son, en realidad, unos alienígenas procedentes de no sé qué planeta y primos hermanos de «Alf», el simpático extraterrestre… ¡Uf! Por no hablar -lo repites- de Andresito, que se ha acogido, recientemente, a la última y más revolucionaria tesis sobre la morfología terráquea. La del «rubikismo» A saber: la tierra no es ni redonda, ni plana, sino que tiene forma de «cubo de rubik», lo que explicaría que a los humanos les cueste tanto ponerse de acuerdo. Y el virus –no el del covid, sino ese otro, el de la estupidez– sigue. No en vano Luisito, el del 3º derecha, está convencido ahora de que su suegra (¡razones no le faltan!) es un monstruo y sus ventosidades un arma biológica con la que ella y las suegras del mundo mundial pretenden acabar con la vida de los hombres en el planeta, para crear, a posteriori, un férreo matriarcado presidido por Irene Montero… ¡Mamma mia!

Lo peor es que uno, que procura ser racional, ante tanta insistencia, acaba por acojonarse (¡perdonen el micro/mega machismo!) ¿Será el tuerto de la esquina auténtico o un acólito de Belcebú? ¿Será humana la dependienta del súper o un prodigio elaborado con inteligencia artificial? ¿Y los políticos? Porque… Para qué engañarse, de artificial tienen mogollón… ¿Y tú? ¿Eres igualmente real o un producto de la ya citada IA? Porque si fueras una criatura de la Inteligencia Postiza exigirías de inmediato el libro de reclamaciones. ¡Menuda chapuza hizo el tío que te elaboró!

En fin, sales de casa. Están a punto de llegar tu suegra y sus ventosidades. Y, como te queda todavía un pañal, te pasarás por el bar de Pepe para tomarte un «filferro», en la esperanza de que Pepe siga siendo Pepe…