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Cuando el político barrunta que las elecciones están a la vuelta de la esquina, todo lo que hace tiene una finalidad meditada. Debe de ser algo que satisfaga al electorado, para que de esta suerte antigua «de arribar el ascua a su sardina» conseguir el anhelado voto que le ha de permitir otros cuatro años, bien remunerados y con privilegios que de ninguna otra manera obtendría.

¿Se han fijado ustedes por un casual la de obras y eventos de toda índole que se inauguran cuando hay elecciones? ¡No, hombre, no! No es por casualidad, las casualidades en política son escasas además de absurdas. El cordobés, aquel a que las lenguas de doble filo afirmaban que, cuando toreaba en Méjico tampoco era raro que llevase una pistola. Me acuso de no saber si eso es verdad o mentira, en cualquier caso, ya saben a qué cordobés me refiero. El hombre para mantenerse en buena forma física, se da soberanas tundas haciendo gimnasia, y yo le he oído decir que eso es «quererse a sí mismo». Viene a ser lo mismo que hace un político, dejar las inauguraciones para las vísperas de las elecciones, ese ejercicio de inaugurar cualquier cosa ante la campaña electoral, viene a ser como decía el cordobés con lo de su gimnasia «quererse a sí mismo», por más que sea muy cierto, que el político cuando toma la decisión de ordenar algo    que facilite la vida a la ciudadanía, se pasa la mano por el pecho y se pregunta si el «charco», ese en el que se va a meter, le va a dar votos o se los va a restar. Gestionar para los demás lo que a la postre al político le beneficie más tarde en las urnas, esa no es otra cosa que la cuadratura del círculo.

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Otras veces, será el electorado el que se comporte ingratamente, incluso incomprensiblemente. Me viene a la memoria lo que le sucedió a Winston Churchill: ganó la guerra y dos meses más tarde perdió las elecciones. Quiénes saben de estas cosas, dicen que fue porque no supo explicarse ¡vaya por Dios!

Ante el Rubicón que hay que pasar de las urnas, el político se transforma, pule su almibarado discurso, cambiando otros detalles de su vida diaria. El Presidente de Andalucía, señor Bonilla, acarició posiblemente la primera vaca frisona de su vida, curiosamente, las cámaras de televisión estaban delante, aunque la verdad sea dicha, le salió tan natural como a un l’amo de lloc. Lo de acariciar niños con mocos es muy electoralista; en los mítines se tiene buen cuidado de poner detrás del orador, gente joven, alguna cara bonita, y si es posible, alguna persona de rasgos genuinamente minoritarios. Lo de dar la mano a todo quisqui es una obligación en la persona que se postula como candidato o candidata. Dicen que en el ardor del momento, Fraga le dio la mano a un maniquí; lo dicen quiénes lo saben, aunque yo lo diga con todas las reservas del caso, si bien no me extraña de un político que le cabía el Estado en la cabeza.

Ante las inmediatas elecciones debatir en televisión la situación política con otros políticos, es un tema delicado, dicen que se procura pactar sobre lo que es mejor no decir absolutamente nada, pero ir, irán hechos un San Luis, el pelo pulcramente cortado y el traje que en el hombre es tediosamente repetitivo, cualquier gama de azul va bien, pero tiene que ser azul, a poder ser discreto; en las manos un bolígrafo o cualquier otra tontería, porque un orador no acostumbrado en televisión, no sabe qué hacer con sus manos. Las posturas son más entrenadas que lo que practica un actor en día de estreno.    Quiénes lo saben, dicen que Kennedy ganó a Nixon por su imagen televisiva. La mujer política si cabe, lo tiene aún más difícil. Se mirará mucho cómo va vestida, y que Dios perdone si dos mujeres en el mismo debate televisivo, van vestidas igual o parecido; los colores y coloretes serán discretos, cualquier libertad que se salga de esa línea, sufrirá el escarnio del espectador, cuando lo único realmente importante es lo que digan y cómo lo digan. El resto no debería tener ni categoría de anécdota.