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Como profesor de Sociología de la Comunicación, nunca me fue fácil explicar el concepto de ‘aldea global’, del canadiense Marshall McLuhan. Básicamente porque es una idea de apariencia contradictoria: por un lado habla de una aldea, con lo que ello implica de cercanía, de falta de privacidad, de familiaridad; pero por otro se refiere a lo global, que equivale a mundial, lejano, distinto, inaccesible. McLuhan quería decir con ese concepto que, gracias a los nuevos medios, el mundo lejano se convierte en algo tan cercano y familiar como si fuera nuestra calle, nuestra escalera, el barrio en el que vivimos.

A modo de ejemplo yo les contaba a los alumnos cómo el mundo estuvo pendiente de aquel minero que quedó atrapado con treinta y tantos compañeros más en una mina en Chile. Se dijo que tenía mujer y amante y que las dos estaban esperándolo a su salida de la mina, cuando finalmente fue rescatado. Las televisiones de varios países nos ofrecían en directo el momento del reencuentro como si estuviéramos viendo llegar de viaje al vecino del tercero. ¿Abrazará primero a su mujer o a su amante?

Pero recientemente ha habido otros dos ejemplos de las contradicciones de la aldea global, que a mí me parecen absolutamente maravillosos. Sus protagonistas son dirigentes mafiosos que súbitamente descubrieron a McLuhan.

El primer caso es el de Vincenzo La Porta, uno de los líderes más buscados de la Camorra napolitana. Hacía once años que venía eludiendo a la policía, que no tenía ni idea de su paradero. Sin embargo, con constancia y los nuevos medios, finalmente cayó. Y cayó por el error de ignorar que vivimos en una aldea global, donde la distancia ya no existe. Vincenzo, a sus sesenta años, sigue siendo un ‘tifoso’ del Napoli, su equipo del alma. Así que en la pequeña isla griega donde llevaba una década escondido, cuando el Napoli ganó la liga italiana, después de esperar treinta y tres años, Vincenzo enloqueció, cogió su ‘vespa’ y se lanzó por las calles de Kerkira, en Corfú, a celebrar tal evento.

Habría pensado que nadie iba a sospechar de un humilde cocinero, padre de un hijo de nueve años y que sufría del corazón. Pero, por culpa de la aldea global, todo se fue al traste. O a un calabozo, para ser más preciso. Celebró al Napoli en Grecia, pero era como si hubiera estado en Italia: un policía de esos obsesionados con su trabajo creyó reconocerlo en una foto, de manera que investigó y, efectivamente, confirmó que era La Porta. La policía griega, siguiendo las instrucciones de sus colegas, detuvo a Vincenzo este mismo agosto, quien ahora espera en la cárcel que llegue la extradición. Tendrá que cumplir en Italia los catorce años de condena a los que había sido sentenciado in absentia.

VINCENZO AHORA TENDRÁ años para analizar qué hizo mal: el problema no fue su afición al fútbol, sino las comunicaciones contemporáneas que hacen que un motorista de una isla lejana pueda captar nuestra atención como un vecino de nuestra calle. Es posible que Vincenzo pueda hablar de su caso en la cárcel con Gioacchino Gammino, quien le puede explicar aún con más precisión de qué va esto de las comunicaciones. Como si fuera una clase de McLuhan pero detrás de las rejas.

Gammino es un líder de la Mafia siciliana que se escondió en España tras una huida de película de una cárcel romana en 2002, donde cumplía una pena de cadena perpetua. Gammino iba con un cuidado exquisito en España: por ejemplo, no llamó jamás por teléfono a su familia, por temor a ser localizado. Pero la aldea global es implacable. Vivía en Galapagar, al norte de Madrid, el pueblo que debe parte de su fama a Pablo Iglesias. Tenía varios comercios. Se hacía llamar Manuel Mormino. Precisamente, en El Huerto de Manu, uno de sus negocios, fue donde un coche de Google lo retrató hablando con un vecino (en la fotografía). Gammino no aparece en la versión 2023 de Street View, y la tienda es un salón de belleza, pero sí se le ve en la fotografía de 2018. Gammino también era propietario de La Cocina de Manu, un restaurante de comida siciliana. Un individuo que lo conocía escribió al pie de la foto en Google: «Es un mafioso. Que la policía no lo vea».

Y lo vio. Tardó tiempo, porque la foto es de 2018, pero finalmente la voz llegó a la policía antimafia italiana, que confirmó la identidad de Gioacchino en Facebook, donde Manuel mostraba su foto con una cicatriz en la barbilla que no dejaba lugar a dudas. Así, finalmente, fue arrestado por la policía española poco antes de las navidades pasadas.

Tampoco en este caso el problema fue que Gioacchino saliera a la calle, sino que hoy Galapagar puede estar tan cerca de nuestras miradas como la calle donde vivimos: estamos en una aldea global en la que los elementos de unión y cercanía ya no vienen determinados por la distancia sino por las simpatías, aficiones, inquietudes o lazos personales. Podemos vivir físicamente aislados, pero construimos nuestra aldea en la red, con gente que puede estar donde queramos. Eso es lo que permiten hoy las comunicaciones.

De manera que la fuga, queridos mafiosos, entendida como poner distancia de por medio, no sirve de nada. El aislamiento ha desaparecido definitivamente: allí donde estemos, pueden estar los que nos quieren. Y los que nos buscan. También con las redes podemos encontrar apoyos para nuestras ideas, incluso las más locas. Porque entre siete mil millones siempre habrá quien apoye algún disparate. Con ellos podemos construir nuestra aldea singular.

Excelente forma de entender a McLuhan.