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Dos años han pasado desde aquella madrugada del 24 de febrero en que las sirenas y las explosiones anunciaron el inicio de la invasión rusa en Ucrania. La guerra ha venido propagando desde entonces la muerte y la destrucción mientras la resistencia contra el invasor persiste en una carrera de larga distancia.

Las cifras superan los 10.000 civiles muertos y los daños requerirían actualmente una inversión de más de 450.000 millones de euros y años de trabajo. Cerca de 6,5 millones de personas abandonaron el país, en su mayoría rumbo a Europa, en el que ha sido el éxodo más rápido y numeroso de la historia reciente.

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«Nuestros pensamientos están siempre con Ucrania, con nuestros familiares y seres queridos», dicen Serhii y Oksana, que con su hijo Dima son tres de los 24 ucranianos que han encontrado un refugio seguro en Menorca. Lejos pero no ajenos a las detenciones, desapariciones, ejecuciones, torturas y la violencia sexual que asolan a su país, siguen con miedo el desarrollo de una guerra empantanada que continúa cobrándose un elevado precio humano.

El trauma en ellos es palpable y se intensifica aún más por el año electoral en Estados Unidos y la Unión Europea, por las dudas sobre el apoyo occidental ahora que la comunidad internacional está dividida y pendiente de la situación en Gaza. Se suma a todo esto la percepción que tienen de una progresiva desatención a una de las guerras más mediáticas que, quizás por esa exposición continua a una tragedia prolongada, la población ha asimilado como la ‘nueva normalidad’.

Des-normalizar el conflicto es lo que piden los ucranianos refugiados en Menorca, que coinciden en que ese 24 de febrero de 2022 se pararon sus vidas. Reclaman que se haga justicia y que no se olvide ni ignore que hoy está teniendo lugar una guerra a las puertas de Europa.