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Martin Luther King tuvo un sueño en un caliente agosto de 1963. «Sueño que los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad». Hoy Trump no se puede sentar con Biden. Putin no se puede sentar con nadie de Europa. Sánchez no puede compartir esa «mesa de hermandad» con Feijóo, ni que sea para hablar del «loco» Milei. Ni Prohens con Armengol.    Yo creo que sí podrían compartir mesa Vilafranca y Mora, aunque no lo hagan. Ni que fuera con un menú del día de 12 euros (los de 9,50 han pasado a la historia de la inflación).

Ante las elecciones europeas, lo que vemos alrededor es que las democracias, basadas en «una persona, un voto», eligen a dictadores para que nos gobiernen. Yque la cobertura de las necesidades básicas prima más que las ansias de libertad, un concepto devaluado sobre todo por aquellos que siemrpe la han disfrutado y que creen que consiste en hacer lo que uno quiera sin que nadie le reprima. Pero no en las ideas, sino en el supermercado y en el ocio. Pan y circo sigue siendo la receta básica para evitar que las ideas crezcan, se multipliquen y cambien la sociedad, como hicieron en el pasado.

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Así, los que disfrutan gratis de la democracia, desde el sofá, viendo a Ana Rosa, eligen a los dictadores para que nos gobiernen a todos, para defender nuestro estilo de vida. Putin i Trump son el mejor ejemplo, pero hay otros en Europa, en la China capitalista y en otros países.

Hay líderes, especialmente en la Francia de Macron, que reivindican la defensa de los valores europeos, los que crecieron después de la Revolución Francesa de 1789. Por eso, las elecciones europeas, que no interesan a casi nadie, son tan importantes. Casi tanto como las americanas. Lo que sí tiene la democracia es que cada cierto tiempo pone una urna. Yel voto que se deposita no es inútil, es necesario para que no nos roben el derecho a pensar.