TW
0

La barca se le había ido a pique y Juan se quedó agarrado a un "quarter" (una de las tapaderas de la escotilla de su "laüt"), flotando a merced del oleaje. Sólo le quedaban su instinto de supervivencia y su angustia, que iban a la deriva. Sentía el lento paso de las horas. Ese mismo día, Pere y Llorenç, dos pescadores, salieron temprano desde el Port d'Addaia, dispuestos a echar las redes cerca de Ses Àguiles.

Mientras estaban faenando, avistaron un yate que se aproximaba con rapidez. Sobre la cubierta del mismo, alguien hacía señas y grandes aspavientos con los brazos. Cuando pudieron oír lo que les decía, se dieron cuenta de que hablaba alemán, así que no tenían ni idea de lo estaba pasando. Su sorpresa fue en aumento. Finalmente, entendieron algo que aquel extranjero repetía con gran insistencia: "Pescador Juan… pescador Juan…"

Les invitaron con gestos a subir a bordo y allí, Pere se encontró a un hombre empapado de agua salada, tiritando. Era natural de Alaior, y había salido a pescar "a la fluixa". Su barca se había hundido frente a Favàritx. Permaneció durante mucho tiempo en el mar, desesperado. Por casualidad, un velero que navegaba cerca de allí y que estaba de paso, lo avistó y consiguió rescatarlo.

Los del yate, le dieron algo caliente para beber y lo abrigaron con una manta. Como no tenían intención de atracar en la isla, los dos compañeros de pesca se hicieron cargo del náufrago y avisaron a una ambulancia. Lo llevaron a tierra firme. En la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital, lucharon por salvarle la vida: había tragado agua, presentaba claros síntomas de hipotermia y de agotamiento. Se pasó un mes ingresado.

Pere, hace años ya, que se dedica a otros menesteres. Conserva de su época de pescador, la mirada paciente y profunda del marino. Esa dureza que los oficios ancestrales suelen dejar grabada en la memoria. Destaca por su carácter afable y su afición por la música.

Casi un año después, él y Llorenç, recibieron una llamada inesperada. Era aquel hombre al que habían socorrido meses atrás, que los invitaba a comer en su casa para mostrarles su agradecimiento. Aunque al principio le dijeron que no hacía falta, comprendieron que era necesario acudir. El agradecimiento, hace más humano a quien lo da, pero también a quien lo recibe.

Se presentaron a la hora convenida. Se les ocurrió llevar la tapadera del "llaüt". Aquel pedazo de madera que, después de todo el trajín, habían conservado: único asidero del náufrago sobre la inmensidad, oscura y fría, que amenazaba engullirlo. Pensaron que le haría gracia recuperarlo. Cuando aquel hombre, de más de 60 años, abrió la puerta de su casa y vio lo que llevaban sus invitados, se le hizo un nudo en la garganta…y se puso a llorar como un niño.