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Si mi archivo me sigue siendo fiel, deduzco por él que es posible que sea el escribidor que más tiene indagado, escrito y publicado sobre nuestra salsa mahonesa, de la que otros han publicado a veces solemnes disparates porque no se molestaron en cotejar ningún tipo de documentación, orientando lo que escribían desde el frágil y resbaladizo testimonio de lo que antes ya habían escrito otros, que a la vez fueron muy poco exigentes o rigurosos, dando fe como si de notarios se tratase, de unos orígenes para la salsa mahonesa cuando poco confusos y a veces falsos de toda falsedad, coadyuvando a mistificar la verdadera cuna de su procedencia.

La historia está llena de "históricas falsedades". Ruego tengan a bien prestar atención a los siguientes ejemplos: cerca de París está la casa de D'Artagnan. Los incautos visitantes vivirán el resto de sus días asegurando y hasta jurando sobre sagrado, que un día estuvieron en la casa donde nació el ilustre mosquetero. Ignoran que éste nunca existió en otra existencia que no fuera la literaria de Alejandro Dumas. Llevamos una pila de años mirando y admirando boquiabiertos en la Cartuja de Valldemosa, envueltos, según a la historia le conviene, de una atmósfera romántica en torno a los recuerdos de aquel invierno de Chopin y George Sand, componiendo preludios y baladas de amor. Sí… allí está su piano, yo lo he visto, y ahora nos rompen el romanticismo viniéndonos a contar que aquel piano de Chopin nunca fue el piano del ilustre compositor, de manera que la famosa balada en fa mayor, op. 38, el preludio nº6 en si menor y las diversas polonesas, vaya usted a saber de qué teclas de piano salieron.

Volviendo por el camino que traía, resulta que uno no acaba nunca de sorprenderse al ver cosas de las que ignorábamos por completo que existieran.

Una señora asistida de esa buena costumbre de leer, acertó hace unos días a localizar un escrito mío sobre la salsa mahonesa en no sé qué web de internet que no supo explicarme. El caso, para que ustedes entiendan, fue que la señora por medio de una amiga que es amiga de una amiga de mi hija, acertó a presentarse en mi despacho con un curiosísimo artilugio. ¡Buenas! Dijo. Buenas nos las dé Dios, le contesté, usted me dirá señora. Pues mire, mire lo que vengo a enseñarle. ¡Pero leche! ¿Y esto qué es lo qué es? La mahonesa… la mahonesa don José, la máquina de mi abuela de hacer mahonesa. ¡No foti! Señora… ¡no foti! Una máquina manual de hacer la salsa mahonesa, ¡anda que no! Mi abuela y mi madre, unas pocas de mahonesas habrán hecho con este trasto, me dijo la señora, que en mi familia todos hemos salido muy salseros.

Como ustedes pueden ver en la fotografía, la máquina es sencilla pero ingeniosa: un plato dentado que se hace girar manualmente con una manivela sobre otro engranaje más pequeño que hace girar sobre sí mismas unas varillas o palas en el interior del artilugio donde hayamos puesto el huevo. El embudo se llena de aceite, que va goteando sobre el huevo, de manera que haciendo girar acompasadamente la manivela, se consigue con facilidad que huevo y aceite alcancen el punto de emulsión. Oiga, buena mujer, y usted, un suponer… ¿no me vendería la máquina? ¡Vamos, quite!, ni hablar, usted la ve, le hace si quiere una retrataura, pero eso de venderla, quite, quite, qué ocurrencia. Señora, que aquí donde usted me ve, cuando me pongo persuasivo, me pongo muy persuasivo. No, si no me lo diga usted, que viendo su casa y su despacho ya se me figura.