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Si tomamos el modelo del futbol, balonmano, baloncesto…y lo extrapolamos a otras cosas, seremos campeones mundiales. Dignos de admiración en todas partes. Parece que no es tan fácil conseguirlo, porque nuestra situación extradeportiva parece empeorar por momentos. El desánimo en lo económico-político-social no se corresponde con la euforia que provocan nuestras múltiples hazañas sobre los terrenos de juego.

Pasar de una sociedad opulenta a una sociedad limitada no resulta agradable, aunque a lo mejor no era oro todo lo que relucía. Despertar del sueño con jaqueca y con todo tipo de críticas es inevitable, cuando rozamos ya los seis millones de parados. Tenemos la moral por los suelos. Tiempos de penurias ha habido antes. Épocas donde la sensación de escasez u opresión era la norma. Laberintos de los que parecía que no se saldría nunca.

Las reglas del juego se transforman y muchos no las conocemos. El árbitro pita falta constantemente, ante la cara de desconcierto de los jugadores. O te meten goles de manera antirreglamentaria, según el antiguo reglamento que ha cambiado por completo. Jugamos un juego global, en un campo que se ha visto ampliado, considerablemente. Nosotros seguimos con el tipo de estrategias que nos fueron bien en el pasado. Y claro, las cosas no funcionan. Algunos empiezan a informarse sobre los cambios que se han producido y que debemos asumir, si queremos competir en esta liga de nuevo cuño. Añorar el pasado no nos sirve. Solo puede ser el trampolín hacia metas más ambiciosas.

Los valores no se predican, se practican. Así es el deporte. Lo que vemos, plasma lo que no vemos. Muchas horas de entrenamiento sin espectadores, bajo la lluvia y el frío, para preparar un partido en el que nos jugamos mucho. Formamos equipos que luchan y se exigen sin cesar. Que se estimulan mutuamente a ser mejores. Que comparten un sueño, un objetivo, una afición. Victorias y fracasos forman parte del trayecto hacia la superación colectiva. Cuando llega la alegría del éxito, se recuerdan los momentos difíciles que nos han llevado hasta allí, y todos aquellos que se han quedado por el camino. Sabemos que no ha sido fácil ni de color de rosa.

El éxito momentáneo solo era la excusa, lo que nos movía a seguir juntos y a superar adversidades. Tomarse las cosas con deportividad y juego limpio. Algunos pretenden coger atajos y se engañan engañando, dopados de mil maneras, perdiendo de vista el conjunto para centrarse primero en ellos mismos.

La sociedad limitada es consciente de las dificultades, de la realidad, de los retos. Es más consecuente y responsable; no tan pasota. La gente cada vez compra más cosas por Internet, se informa por Internet, se comunica por Internet. No podemos quedarnos descolgados de las nuevas tecnologías y las oportunidades que nos ofrecen. Hay que tomarse la política en serio; darle la importancia que merece; cambiar lo que no se puede mantener de forma chapucera e indolente. ¿Será verdad que cada pueblo tiene el gobierno que se merece? La sociedad limitada sabe a dónde quiere ir y a dónde no. Tiene líderes y personas de referencia a las que admirar o seguir. Castiga a los culpables de los delitos, busca la excelencia en todo y ayuda a los más necesitados.