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La renuncia de don Juan Carlos, que se venía gestando desde enero,

cuando cumplió 76 años, se ha materializado esta semana. Es la noticia política del año, en cuyo desenlace ha influido la muerte de Adolfo Suárez, pero la abdicación ha sido activado por el 'efecto catapulta' de los resultados de las elecciones europeas.

Constituye un fin de etapa y abre un nuevo ciclo en España,

que toma forma en el relevo generacional del hijo de don Juan de Borbón -aquel rey al que Franco no dejó reinar- cuando cede la responsabilidad de la jefatura del Estado a Felipe VI.

La Constitución de 1978 y el 23-F legitimaron al monarca que

había jurado el cargo con el pecado original de haber sido designado

por el general Franco, pero el gran pacto de la Transición hizo posible pasar del franquismo a la democracia.

Don Juan Carlos es consciente de que su tiempo ha acabado y que hoy es necesario el recambio, acuciado por una creciente desafección e insatisfacción ciudadanas. El bipartidismo se ha visto severamente castigado en las europeas del 25 de mayo, y no cabe dar respuestas líquidas a la generación digital que ha irrumpido con tanto ímpetu.

En este tiempo nuevo de los iphones y las tablets, cuando la instantaneidad en la transmisión de las noticias apenas deja espacio para la reflexión y el análisis, Felipe de Borbón afronta el reto de recuperar el prestigio para que la Corona ejerza como la monarquía de todos. La primera tarea del nuevo rey de España consiste en desempeñar con acierto sus funciones de clave de bóveda de la arquitectura institucional y árbitro moderador de la política española, porque el rey reina, pero no gobierna.

La Monarquía necesita este relevo para no ser percibida como

parte del problema de un sistema en cuestión, sino que ha de formar parte de la solución.