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Supongo que te pasó como a todos. Que no entendías algunos de los contenidos que te impartían tus maestros. Tal vez porque utilizaban metáforas complejas o porque eran mensajes a largo plazo… Docentes, en general excelentes, que no se preocupaban por vuestro presente, sino por vuestro futuro. No os preparaban para la inmediatez, sino para el resto de la existencia...

- Así, de golpe…

Así, de golpe, inesperadamente, ante determinada circunstancia, sus palabras revivían y reviven de pronto, décadas después, enseñándote el camino a seguir. Constituía una educación en saberes, pero igualmente en valores que propiciaba una formación completa, redonda…

- ¿Era en sexto de Bachillerato?

- Sí –te contestas-. Don Rosendo Gisbert Calderón, más conocido como el sr. Calderón, a secas, os estaba impartiendo unas clases de Lógica y…

Y tú te preguntabas para qué carajo servían... Ese día, que inexplicablemente evocas a la perfección (sin recordar, paradójicamente, qué cenaste ayer), el filósofo os hablaba de las falacias y, más concretamente, de la falacia ad hominem (contra el hombre). No se asusten. Es algo de enorme sencillez y con lo que ustedes conviven diariamente. Consiste –lo explicitas- en lo siguiente: X dice algo que desagrada a Z. Z, en vez de rebatir lo dicho por X, escoge atacar a su persona, sin que ese ataque guarde relación alguna con el tema del que se estaba hablando… A modo de ejemplo: X sostiene que el paro ha aumentado considerablemente en los últimos meses… Z, defensor a ultranza del gobierno, contesta que X es un mal padre. Hiere a la persona. El presunto defecto de X, como se puede entender fácilmente, no guarda relación alguna con el tema del desempleo. No se combate, por tanto, la tesis, sino que se intenta desprestigiar al que la formula…

- Tras la explicación…

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- El sr. Calderón añadió que ese tipo de falacias (o tesis falsas) eran usualmente utilizadas por personas incultas, viscerales, infantiles y con un determinado grado de malicia...

¿Para qué servía aquello?, –te preguntabas-. Ahora sabes que para detectar las mentiras que no cesan y la perversidad con la que son formuladas. No es flaco favor el que os hizo, no. De hecho, evocas siempre esa lección de filosofía al oír a muchos diputados (¿Mayoría?¿Totalidad?) que, en pleno fragor de la batalla, digamos que dialéctica, exentos de argumentos, optan por, sencillamente, lesionar al adversario, por desprestigiarlo… Señorías que eligen, a falta de sesos, la ad hominem… ¿Incultura? ¿A secas? ¿Visceralidad? ¿Infantilismo? Las respuestas –temes- son retóricas…

La lección llegaba, tarde, pero no mal. O, por mejor decir, bien y en su debido momento…

O aquella otra…

Cursabas Preparatoria. En el aula, niños asombrados ante un mundo que doña María, una maestra excepcional, os abría cada mañana con su sabiduría y magistral didactismo…«No se trata de alcanzar la cima –os dijo en cierta ocasión-. Se trata de llegar hasta donde se pueda, pero con ética y limpieza de corazón. No todo vale para alcanzar un propósito…» Y sus palabras, hoy redivivas, te saben a miel, como a tocinito de cielo. Buscas mentalmente por el aula el rostro de Pedro Sánchez, pero no lo hallas. No estudió, natural y efectivamente contigo, ni, de seguro, tuvo a una docente como la tuya…

«El progreso se ha de fundamentar en potenciar la humanidad, el respeto, la libertad…» –comentó un día don José Cardona, profesor de Ciencias-. También, de tarde en tarde, piensas en él y en sus palabras, permanentemente actuales. ¿Habéis verdaderamente progresado? –te inquieres recordando su quijotismo-. ¿Sois, por ejemplo, libres? ¿Podríais prescindir, por ejemplo, de las entidades bancarias? ¿De un móvil? ¿Sois solidarios? ¿Elimináis fronteras o las edificáis?

¡Qué buenos maestros aquellos! Lo supiste siempre. Pero tu admiración aumenta con los años. Al saber que os ayudaron a ser mejores y que sus palabras no fueron efímeras, sino piezas de una cegadora caridad que, afortunadamente, todavía sigue latiendo…