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Despiertas. ¡Qué gozada! Te acuerdas de José Luis Cuerda, y del título más hermoso de cuántos ha habido, probablemente, en el cine español: «Amanece que no es poco». En las boticas, tal vez debiera expedirse, más que un ansiolítico, la belleza de esa carátula y la filosofía de vida que conlleva... Te recompones. Cosas de la edad. Pasan los minutos... Has recibido cuatrocientos mil whatsapps (¡los profesores siempre habéis sido propensos a la exageración!). Has de contestar. ¡Sobrará, al fin y al cabo,  con un emoticono! Un dibujo de un corazón suple, hoy, ya,  una caricia no dada... A la anciana de enfrente su hijo le remitió ayer un bichejo de esos, azul, congelado, simple en la forma, simple en todo... La anciana supuso que le estaba diciendo que hacía frío… En el exterior, en el interior... Un simple impulso suplirá/suple  viejas palabras de amor... ¡Bastará, en ocasiones, con un demonio irritado para decirle a ese conocido que lo suyo no estuvo bien, aunque, a lo mejor, sí que lo estuvo, porque hubo un jodido malentendido! Actualmente, en mil y una  tesituras, no importa argumentar y ponerte a escribir y denunciar lo que no te dejan denunciar... Como que llevas meses de espera, vergonzosos,  para que te visite un médico especialista... Al dolor que sientes te contestan con un «cadascun    s’assabenta del que és seu», como si eso fuera consuelo... O para que te reciba el director de un banco, recluido en inexpugnable fortaleza…           

Mientras, la expresión escrita y comprensión lectora languidecen… Como los sentimientos que anidan tras ellas.

Te levantas, sí…

Y has de contestar a tanto emoticono…

Pero no a muchas llamadas…

Porque se producen pocas… Y, no obstante, un whatsapp jamás suplirá la belleza de una voz, ni te permitirá saber qué hay detrás de un tono, ni si ese alguien que te contesta con uno de esos dibujitos de marras es un perezoso o alguien que pretende ser meramente educado… ¡Si es un amigo o un político, por ejemplo, interesado!

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De pequeño, en Rector Mort, teníais un teléfono colgado de la pared… Negro. No erais esclavos de él. Y, cuando vibraba, sabíais que era algo importante, en un sentido u otro...

La vida se te/os consume contestando, en ocasiones, idioteces... Algunos mensajes, radiantes, pocos, sin embargo, te salvan de mandar a la mierda (¡perdonen!) memeces... Como el del otro día, espléndido, el de un conferenciante (desconoces su nombre y el origen de ese vídeo) que analizaba brillantemente qué habría sido de la literatura si los personajes de esa única forma de vivir mil vidas, hubieran tenido un móvil... Sostenía que Romeo y Julieta habrían whatsappeado y habrían evitado, así, desde un sofá y masticando chicle, un erróneo cruce de caminos, una cabronada del destino… Y que Caperucita habría salvado a su abuelita mandándole un email y que Hansel y Gretel no se habrían perdido en el bosque, porque, a la postre, para eso estaba «Google maps»…

Un vídeo brillante…

Y Toni y María -añades de tu cosecha- tal vez no habrían tenido que manifestarse su inmenso amor en una escalera de incendios, en el West Side de New York...

El problema no reside en que la literatura hubiera sido otra. El problema estriba en que, sin un móvil, vuestra vida sería otra... Un cajero no supliría a una persona, un emoticono a la palabra, un dibujo simplón a  un roce no dado, unas amarillentas manos a un apasionado aplauso... Y ahora los whatsapps procrearán. ¡Es año electoral! Y recibirás el más impensable. De repente, usted y tú mismo seréis visibles para esos políticos que os ningunean el resto del año…

La literatura es tan solo el reflejo de convertir en palabras vuestra humanidad embellecida... ¡Qué triste si la mudamos únicamente en un dibujo sin sal ni gracia! Porque, en ese contexto, al igual que Hansel y Gretel, estaréis definitivamente perdidos... ¡A lo mejor es de lo que se trata!

P.S-. Estimado Ponç Pons: ¡Qué placer poder leer –y reflexionar- tu «Dillatari». Tus «Notes del Caminant» del pasado sábado, una verdadera gozada. Un fuerte abrazo repleto de admiración.