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A Antonia y Luis, tus padres… Estimados padres (y que te perdonen las falsas feministas de diseño por el epiceno):

Gracias. Por el don de la vida. Y por tantas cosas. De entre ellas, por vuestro empecinamiento en que, diariamente, te tomaras trescientos miligramos de un medicamento casero (popular en miles de hogares) y cuyo nombre era enormemente sencillo: valores.

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Su prospecto. O algo parecido . Que para qué se utilizaba y qué era  -se preguntará, tal vez, alguno de tus lectores-. Era un poderoso y bellísimo modelo de vida -le contestarás- que se usaba para hacer de la existencia algo mucho más amable, solidario y llevadero…

¿La composición? Simple y, a la par, de enorme complejidad. Estaba formada por palabras y conceptos que, en curiosa zarabanda, se mudaban en recomendaciones que mejoraban, diaria y humildemente, el mundo. A saber:

1.- Todo esfuerzo tiene su recompensa.

2.- Querer es poder.

3.- De todo se aprende.

4.- El hombre es racional.

5.- Cualquier trabajo tiene idéntica dignidad.

6.- Los padres lo saben todo.

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7.- No se trata tan solo de llegar, sino de llegar con limpieza.

8.- Ama y haz lo que quieras (San Agustín).

9.- Sé honesto.

10.- Respeta a tus mayores.

11.- Cumple con la palabra dada.

12.- Procura que el trabajo esté bien hecho.

13.- Echa un cable a quien te lo pida…

Como en todo buen prospecto existían igualmente advertencias y precauciones… «La ingesta no es cómoda» –te recordaría ahora tu padre o tu madre-. «Y puede que, en ocasiones, tu cuerpo no asimile bien alguno de sus componentes» -añadirían-. Acertaron. Porque en tu vida hubo errores. Y los habrá. Más de los anhelados. Pero sabes que hubieran sido mayores si no hubieras seguido tomando esa extraordinaria pócima ética…

Tampoco faltaba el epígrafe «Si olvidó tomar el medicamento», que se saldaba con un simple «pida perdón y rectifique»…

¿Efectos secundarios? Los tenía. Nadie se enriquecía con su ingesta (salvo en humanidad y honradez), ni medraba de forma no meritoria... Actualmente son más numerosos: el fármaco provoca marginación, burla y hasta    desprecio… Pero asumisteis esos inconvenientes sabedores de que los beneficios superaban sustancialmente a los perjuicios. De hecho, el producto originó impensables milagros, como el de que, con el tiempo, Ignacio y Pere (existieron) se abrazaran tras una guerra incivil en la que ambos habían perdido, en frentes opuestos, a un hijo. En el caso de Ignacio, a un hijo único…

Te cuentan que pocos consumen actualmente el medicamento… Tal vez porque el esfuerzo ya no tiene siempre su recompensa. Que se lo pregunten a un autónomo en la hora de su jubilación. Y el poder se adquiere, más que por querencia, por amiguismo. Nadie pronuncia la palabra ‘esfuerzo’. ¿De todo se sigue aprendiendo? Puede. Pero no de todo, de qué... Por ejemplo, que es mejor, visto lo visto, dar un ‘braguetazo’ que formarse. Y únicamente tiene dignidad el trabajo que conlleva un saldo abultado y el respeto de un director de banco. Obviad lo de la racionalidad del hombre. Los padres, por su parte, no lo saben todo –iteras el adverbio-. Los padres (en un mundo oscurecido) no saben prácticamente nada de sus hijos. En el peor de los casos, ni les importa saberlo… Y, efectivamente, se tiene que llegar a la cima, aunque sea, pero, con los intestinos del vecino en la suela de las botas. Ama, sí, pero, básicamente, ámate a ti mismo. Haz lo que quieras, aunque esa querencia se base en desgracia ajena. ¿Honestidad? ¿Respeto a los mayores? Eso es cosa de fachas… ¿La palabra dada? ¿De qué vivirían, en ese supuesto, los notarios?    ¿Trabajo bien hecho? Mejor poco y bien remunerado. ¿Echar un cable? ¡Se está tan bien en la zona de confort!

Ese fármaco estaba pensado para un mundo que se va paulatinamente diluyendo -temes-. No obstante, seguirás ingiriendo diariamente esos trescientos miligramos morales para, con su socorro, luchar, modestamente, por él, por ese mundo, sí, en el que te/os fue tan bello, por ético, vivir...  ¡Gracias Antonia! ¡Gracias, Luis!