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Quizás el dato más importante de una noticia no sea el «dónde», ni el «cómo», ni el «cuándo», ni tan siquiera el «quién» o el «quiénes», sino el    «porqué»… Sabes «dónde» (la Antigua Estación Marítima de Maó) y «cuándo» (un domingo día 2 de julio apenas apuntalado) No desconoces el qué: un grupo de adolescentes se enzarzan en una pelea brutal… Lo que necesitáis averiguar urgentemente es la ‘razón’ entrecomillada por la que unos jóvenes se entregan a una violencia extrema que pudo tener consecuencias graves. Jóvenes que inician su andadura existencial y viven, en líneas generales, con las necesidades cubiertas. Están escolarizados. Tienen pasta. Y acceso a la cultura. No obstante…

¿Qué estáis haciendo mal?

Tal vez la semilla de esos y otros muchos sucesos (¡dense una vueltecita, aunque sea en horario escolar, por la Estación de Autobuses y observen!) se sembró hace tiempo, cuando, en este país de radicalidades y sujeto a la ley del péndulo, se desterraron principios éticos. Éstos, para muchos, constituían un «corsé», una «rémora» del pasado, algo demodé

¿Habrá llegado ahora el momento de la recolección? No en vano muchos jóvenes han interiorizado lo dicho por la guionista Elizabeth-Anne Wheal en «Días de desconcierto» (Renny Rye, 1997), cuando pone en boca de uno de sus personajes: «¡Sigues sin entenderlo, papá! Tus chorradas sobre la bondad, la verdad, el trabajo bien hecho… Solo los cabrones consiguen lo que quieren» ¿Cómo llega un quinceañero a esa descorazonadora conclusión? Algunos ejemplos (habría miles) servirían como muestra de esas piezas que acaban por configurar la imagen aterradora de un puzle… A saber: padres que (lo presenciaste tú) presumen (ante un compañero de curro y en presencia de su hijo) de que cobran del paro, trabajan simultáneamente en negro y sisan a la empresa que les ha contratado; padres que no saben pronunciar el adverbio «no»; padres que han optado por trabajar muchísimo para tener multitud de cosas, obviando la educación de sus hijos, como si el edén residiera en la acumulación de objetos, capitalismo en estado puro; padres que, y en palabras de William Bickley, «quisieron darles a sus hijos lo que no tuvieron    y acabaron por no darles lo que sí tuvieron» (probablemente un estar ahí); padres que confunden centros docentes con aparcamientos, etc.

Pero existen más piezas por colocar: ¿Es modélica vuestra clase política? ¿Es ejemplar cuando, amén de un sueldo, se cobra por asistencias a actos que conlleva el propio cargo? ¿Es ejemplar cuando se hacen de la amenaza y del miedo, argumentos? ¿Es ejemplar cuando se deja de razonar para pasar directamente al agravio? ¿Es ejemplar cuando no se respetan    los resultados de unos comicios y se insulta a los votantes? ¿Cuándo se es incapaz de dialogar y de llegar a acuerdos, aunque sean de mínimos? ¿Cuándo se perpetúa el odio y se obvia la reconciliación?     

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Educáis todos. Pero única y verdaderamente desde la ejemplaridad. ¿Se da ésta en la sociedad en la que os movéis?

¿Contribuye, también, a la educación el que se vayan paulatinamente ninguneando las humanidades en los planes de estudios con la no disimulada intención de crear ciudadanos moldeables?

Y, como te decía hace poco Jesús, un buen y culto amigo, «ya solo nos faltaba la Inteligencia Artificial y el Metaverso» Una tríada letal: Internet sin control, I.A y mundos paralelos de artificio… Sin olvidar determinados contenidos televisivos, la calle y algunas amistades tóxicas no controladas…

Habría muchas otras preguntas: ¿dónde estaban, por ejemplo, los padres de esos jóvenes, muchos de ellos probablemente menores, cuando a las siete de la mañana se metían en un brutal enfrentamiento?

El «porqué»… «El porqué», sí. Una interrogante abierta a la sociedad en su conjunto. O comenzáis a cavilar y a rectificar o tendréis que acostumbrarnos a chicos como el que grabó, entre comentarios, la pelea. Le sedujo más inmortalizarla, que solicitar ayuda… Hay mucho en juego. Entre otras cosas, el futuro. Ya no el vuestro, pero sí el de ellos… Un futuro que será real, y no en metaverso…