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1963. Durante casi un mes, aquel niño de seis años permaneció horas y horas sentado en un portal de la calle de Rector Mort, con su hierática mirada inmutablemente puesta en un mostrador de la juguetería de la esquina con Sant Roc… Y, más concretamente, con mirada subyugada por esos seis soldados de juguete, soldados de azul americanos y pañuelo amarillo, acompañados por un niño huérfano y un perro llamado Rin Tin Tin…

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La noticia se publicó hace ya un tiempo, pero pasó desapercibida, como pasan generalmente ignoradas las cosas que verdaderamente afectan a los ciudadanos de a pie… Quedó marginada, entre otras, por las crónicas referidas no a la gobernabilidad de un Estado, sino a la supervivencia política de un solo hombre sin principios. El informe se refería a Balears, pero los datos, al parecer, eran extrapolables a otras comunidades. A saber: aumentaban de forma progresiva, imparable y alarmante las enfermedades mentales (especialmente la depresión) entre los adolescentes e, incluso, entre los niños de las islas…

Al leerlo, evocaste imágenes y actualizaste esa paradoja en la que, tan a menudo, piensas: ¿Por qué los jóvenes del llamado Primer Mundo aparecen frecuentemente como enfadados con el orbe, mientras los que habitan el Tercero (y apenas tienen lo imprescindible para sobrevivir) se muestran general e ilógicamente risueños? Los análisis no se hicieron esperar. Y se habló de lo hablado. Y se iteró lo dicho hasta la saciedad. Y se hizo de la redundancia yerma, necedad. ¿Cuáles eran las causas de esa infelicidad juvenil en la sociedad de la aparente opulencia? Se apuntaron multitud de ellas: el poco tiempo que dedicaban los padres a la educación de sus hijos, las nuevas tecnologías, el consumismo, las amistades indeseables, las drogas, la poca ejemplaridad de la clase política y de los dirigentes, un sistema educativo manifiestamente mejorable, la no vocalización del adverbio «no» y… Y el hábito adquirido y profundamente arraigado de la inmediatez de lo deseado. Aquello que anhela el quinceañero ha de ser obtenido de manera instantánea. De no darse esa prontitud –se comentaba- nacía en el chaval una profunda insatisfacción que le conducía a la autocompasión –primero- y a la depresión –después-. La inmediatez…

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1963. El niño del portal le había solicitado al padre que le comprara aquellas figuritas que imitaban a esos héroes que aparecían, cada martes, en una serie americana titulada «Las aventuras de Rin Tin Tin» y que él veía en la farmacia de un amigo de la familia. Esos seis soldados, un niño y, sí, un perro llamado Rin Tin Tin. Su progenitor le contestó con amor y con argumentos. «¡Ahorra!». En 1963, el chaval recibía dos pesetas semanales. Para un matinal en el Victoria y poco más. Decidido a conseguir aquel juguete, el mocoso dejó de ir al cine. ¿Cuánto tardaría en adquirir esas figurillas? En la espera, al chico le angustiaba que alguien pudiera adelantársele y aguarle la fiesta. Por eso permanecía ahí, sentadito, con sus ojillos clavados en el viejo mostrador. Y, cada tarde, cuando la tienda cerraba y los soldados seguían todavía ahí, en el escaparate, el muchachito se mudaba en la mejor personificación de la felicidad…

Cuando le faltó una peseta, el padre se la dio al hijo y ambos, cogidos de la mano, felices, se dirigieron a la tienda y adquirieron el anhelado objeto. En ese momento el niño supo, para su sorpresa, que su progenitor lo tenía reservado –y abonado- desde hacía un mes. Pero el padre había hecho mucho más. Le había enseñado a su hijo a esperar, a valorar, a amar y a luchar por lo deseado…

A lo largo de su existencia hubo otras muchas enseñanzas… Posibles gracias al tiempo dedicado al ejercicio de la paternidad responsable y a la educación en valores…

Ese padre ejemplar murió hace exactamente treinta años y el niño del portal tiene hoy sesenta y seis. Si ustedes le preguntaran a ese muchachito envejecido, ese, sí, el del portal, qué salvaría de su casa en caso de incendio, probablemente les diría (¡das fe!) que las figuritas –que todavía conserva- de seis soldados, un niño y un perro llamado Rin Tin Tin…